Hace unos días, Gustavo Faverón, de Puente aéreo publicó un interesante post o reflexión sobre la "vida académica" y el nivel de ciertos profesores de literatura en las dos universidades peruanas más representativas. Aquí el texto completo:
Aunque era una reducción poco sutil y bastante arbitraria, era lo que se decía en la época en que yo estudiaba literatura: que la carrera en la PUCP estaba en manos de críticos literarios, mientras que en San Marcos los profesores eran creadores. En la Católica: Ricardo González Vigil, José Luis Rivarola, Luis Jaime Cisneros; en San Marcos: Antonio Cisneros, Marco Martos, Washington Delgado.
¿Qué cosa prefería uno? Esa era la pregunta corriente. La respuesta podía ir en cualquier dirección, y las justificaciones eran diametralmente opuestas: preferían la Católica quienes anteponían la formación crítica a cualquier otra cosa; preferían San Marcos quienes suponían que algo andaba mal con los críticos, que la literatura era tierra exclusiva de poetas y novelistas.
Obviamente, todos eran prejuicios. No solo porque en la plana docente de la Católica había más de un escritor y en la de San Marcos varios críticos conocidos (y más de uno era profesor en ambas universidades). Sino, sobre todo, porque la disyuntiva estaba planteada en términos arbitrarios. Uno aprende cosas distintas de escritores y de críticos, pero siempre tiene algo que aprender.
Sin embargo, hay una tercera especie que vive incrustada entre las otras dos, con méritos infinitamente menores que los de aquellas. Escritores primerizos sin una obra creativa sólida y, además, sin obra crítica alguna. Bachilleres o licenciados que alguna vez escribieron un libro de cuentos de difusión semiclandestina y que jamás han tenido ni la ética profesional de formarse en la crítica y la teoría ni la consistencia creadora de dar a luz una obra coherente en cualquier género.
¿Qué es exactamente lo que tienen que ofrecer como profesores universitarios? Hay que considerar que la carrera de literatura no está diseñada para crear escritores, sino críticos. Y que el objetivo final es que el estudiante alcance el doctorado y alimente la vida académica. ¿No tendría que ser un doctor en literatura el que les abriera las puertas? E incluso más allá de los grados académicos: ¿no debería tratarse de un crítico activo, con una obra, interesado en actualizarse y ponerse al día, que forme parte viva del debate intelectual? ¿No es obvio que alguien que no es especialista en nada no puede ser profesor universitario?
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