En la colonia de Guerrero, en Ciudad de México, en un viejo edificio de apartamentos situado en el cruce de Poniente Guerrero con Norte Mosqueta, los vecinos habían detectado un olor nauseabundo que se les hizo insoportable al cabo de cierto tiempo, y, al no dar con el propietario, decidieron llamar a la policía para acabar con aquella pudrición desquiciante tan rápido como fuera posible.
Los polis abrieron el apartamento a patadas para tropezarse con algo que parecía un fotograma de una película de George Romero: Dentro de un clóset encontraron a una mujer descuartizada, cabeza, tronco y extremidades estaban desperdigadas en los entrepaños; sin contar los pedazos de otra chica que consiguieron en el refrigerador. Y ni hablar de los trozos, bien rebanados, de una pierna y un brazo que vieron servidos, debidamente aderezados y adornados, en varios platos sobre la mesa del comedor.
Toda esta gastronomía siniestra era autoría del escritor José Luis Calva Zepeda, quien se encontraba obnubilado en la sesuda redacción de una novela que había titulado, según el manuscrito incautado —y que este revisaba mientras comía tan a gusto—, Instintos caníbales o doce días, que trataba, precisamente, sobre antropofagia, sexo y sadomasoquismo.
Al parecer, Calva Zepeda intentaba transcribir con la mayor fidelidad posible los sentimientos y la experiencia que desarrollaba en su relato, así que para quienes ejercemos este peligroso oficio de escribidores, no podemos más que observar con respeto tan minuciosa metodología de trabajo, a pesar de las diferencias que podamos decir que tenemos con él para así protegernos de las condenas legales y escatológicas a que diera lugar un «hecho» tan «sobresaliente» como éste.
Otro caso, en el mismo estilo, es el del escritor polaco Krystian Bala, quien asesinó al empresario Darius J. y lo narró, con enfermiza precisión en su obra Amok, que fue un verdadero best sellers, en su momento, que pondría verde de envidia al propio King. Por supuesto, al descubrirse que la supuesta ficción no era, en ningún modo, ficticia, Bala se vio enrejado sin contemplaciones ni miramientos...
Excelente lectura, altamente recomendable. El post de Norbeto José Olivar, en versión completa, está aquí vía Prodavinci.
Toda esta gastronomía siniestra era autoría del escritor José Luis Calva Zepeda, quien se encontraba obnubilado en la sesuda redacción de una novela que había titulado, según el manuscrito incautado —y que este revisaba mientras comía tan a gusto—, Instintos caníbales o doce días, que trataba, precisamente, sobre antropofagia, sexo y sadomasoquismo.
Al parecer, Calva Zepeda intentaba transcribir con la mayor fidelidad posible los sentimientos y la experiencia que desarrollaba en su relato, así que para quienes ejercemos este peligroso oficio de escribidores, no podemos más que observar con respeto tan minuciosa metodología de trabajo, a pesar de las diferencias que podamos decir que tenemos con él para así protegernos de las condenas legales y escatológicas a que diera lugar un «hecho» tan «sobresaliente» como éste.
Otro caso, en el mismo estilo, es el del escritor polaco Krystian Bala, quien asesinó al empresario Darius J. y lo narró, con enfermiza precisión en su obra Amok, que fue un verdadero best sellers, en su momento, que pondría verde de envidia al propio King. Por supuesto, al descubrirse que la supuesta ficción no era, en ningún modo, ficticia, Bala se vio enrejado sin contemplaciones ni miramientos...
Excelente lectura, altamente recomendable. El post de Norbeto José Olivar, en versión completa, está aquí vía Prodavinci.
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