jueves, 25 de octubre de 2007

El Premio Casa de las Américas y Cuba


Germán Torres Cobián

Dentro de las variadas y numerosas editoras que publican en lengua castellana, la actividad que desarrolla Casa de las Américas constituye un fenómeno singular y de gran vitalidad. Es verdad que existe todo el poder y el apoyo del Estado cubano detrás de ella pero, quizás a pesar de eso, sorprende que el paso de los años no haya menguado ni el volumen ni el calor de sus catálogos anuales. Sobre todo, si tenemos en cuenta que la rutina burocrática de cualquier aparato estatal puede malograr las mejores causas.

Con el tiempo, Casa de las Américas ha perdido su imagen pionera para ir consolidando la de un empeño cultural sin precedentes en Latinoamérica. Revistas, novelas ensayos, cuentos, dramas, poemas, todo cuanto cabe dentro de las posibilidades de una editorial ha sido abordado creando un fondo que resulta ya totalmente imprescindible para conocer la literatura de América Latina y, claro está, la interpretación materialista de su historia.

Capítulo muy significativo en la tarea de Casa de las Américas ha sido el de sus premios: novelas, cuentos, poesía, teatro, ensayo, testimonio, textos para jóvenes y niños. Entre las bases, la quinta, que dice así: “Podrán participar en el Premio Casa de las Américas, a) los autores latinoamericanos y del Caribe, incluso los de lengua no española; b) los autores no latinoamericanos, si hubieran residido por cinco años o más en América Latina”. Sin entrar en más precisiones, es evidente que tales limitaciones en la nacionalidad de los participantes nacen de un objetivo: aglutinar una literatura arraigada en la vida latinoamericana.

Muchas cosas han sucedido en nuestro subcontinente desde que Cuba se proclamara a principios de los sesenta, “Primer Territorio Libre de América”. Muchas han sido las batallas perdidas por los intereses populares, a veces porque estuvieron mal representadas por minorías políticas exaltadas o excesivamente ideologizadas, a veces, simplemente, porque los políticos de derechas –apoyados por el imperio norteamericano y las compañías multinacionales- fueron más hábiles y supieron oponer al guerrillero el soldado bien entrenado; al entusiasmo de las masas el cerco económico desestabilizador. De hecho, el mismo régimen de Cuba ha tenido que adaptarse de algún modo a esta historia. Y lo que nació como el primer acto de una obra que se pensaba iba a ser representada por los demás países de América Latina, se quedó en acto casi único, solo temporalmente proseguido por la Unidad Popular chilena de Salvador Allende. Los regímenes actuales de Venezuela, Bolivia y Ecuador tienen otras connotaciones sociales y políticas y su evolución y respectivas consolidaciones son imprevisibles.

Me pregunto si el desconocimiento que arrastran los peruanos sobre la realidad cubana ( a lo que ha contribuido decisivamente el bloqueo que el imperio ha impuesto a la isla caribeña desde hace 45 años y la política macarthista de casi todos los gobiernos de nuestro país) debe ser replanteado a la luz de las nuevas circunstancias políticas y económicas mundiales. La ignorancia de nuestros compatriotas acerca de la sociedad y la cultura cubana –salvo pequeños sectores claramente politizados- ha sido absoluta. Por ejemplo, los innumerables títulos literarios que ganaron el Premio Casa de las Américas han pasado inadvertidos para nuestros estudiantes de secundaria, universitarios y público en general porque ninguna empresa editora peruana se interesó nunca por publicarlos. Y mucho menos se preocupó por importarlos y distribuirlos. Las revistas literarias y de análisis social y político sólo han llegado y llegan a unas pocas personas: dirigentes de partidos y sindicatos de izquierda, intelectuales limeños o directivos de asociaciones peruano-cubanas.

¿Es esto lógico? De ninguna manera. En el bendito rechazo del comunismo se ha integrado, solapadamente o conscientemente, la desvalorización de todo lo cubano. A lo sumo muchos han tomado posición frente a su significación, pero las obras literarias editadas por la Revolución no han llegado más que a una exigua minoría, incluidas las obras de José Martí, Alejo Carpentier, José Lezama Lima o Nicolás Guillén. De este modo queda ilustrado un aspecto de ese cerco que el imperio decretó contra la isla.

La de Cuba es una realidad que todos estamos en la obligación de reconocer. Hoy por hoy, el régimen de Castro (a pesar de la enfermedad de éste) es firme y estable. Supongo que en esta obligación como en tantas realidades, el gobierno central o las administraciones regionales avanzarán con mucha más lentitud que en la inversión óptima del canon minero, que en la distribución equitativa derivada de nuestro crecimiento económico, o que en el fomento de un país verdaderamente democrático y soberano. Porque, a decir verdad, a los peruanos nos falta muchísimo para la vida en democracia. Un paso en ese sentido podría ser la adopción de una nueva política cultural con Cuba promovida por gente más responsable y más dinámica que aquella que tan penosamente se ha ido turnando en la burocratizada sede central del Instituto Nacional de Cultura.

La presencia cotidiana de las ediciones de Casa de las Américas en nuestras librerías y bibliotecas podría ser una conquista democrática y soberana concreta para el Perú.

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