lunes, 1 de octubre de 2007

Mientras haya lectores, los zorros estarán al acecho


Pablo Pinedo

El auditorio de la universidad privada San Pedro se fue llenando poco a poco. La expectativa iba calentando la friolenta noche del martes 25 de Septiembre. Música para chibolos y para tíos aderezaron el plato literario de fondo de aquel menú cultural preparado: la presentación del sexto número de la revista cultural Los Zorros, de la Revista Peruana de Literatura -esta vez dedicada a dar eco a las voces poéticas de Cajamarca- así como la presentación de la novela “El huevo de la iguana” del ilustre desconocido pero notable narrador peruano Carlos Calderón Fajardo.
Desde la mesa principal divisaba algunas caras conocidas: profesionales reconocidos, periodistas, escritores y amigos invitados. Pero la mayoría eran personas ajenas al mundillo editorial. La totalidad de los concurrentes, intuyo, eran lectoras y lectores, miembros de esa hermandad (casi secreta pero nunca caduca) del libro. Pensaba estas cosas mientras se iniciaba la presentación y me sentí en buena compañía. A mi me tocó hablar sobre el estruendo poético que significó en los años 70 la voz honesta y corrosiva de María Emilia Cornejo, poetisa limeña que desde las aulas sanmarquinas remeció la mojigatería de nuestra prejuiciosa sociedad capitalina con aquella valentía y simpleza laica de alguien que se atrevió a saborear su propia angustia e inconformidad.
La fabulosa huella literaria de Borges también se revisó en aquella noche anómala. A propósito del artículo de mi autoría publicada en Los Zorros. Y es que decir que Borges fue un gran escritor es insuficiente. Fue más: un escritor que cambió nuestro modo de entender la literatura y la realidad. Tengo el raro privilegio de leerlo y releerlo a este genio que primero conoció la inmortalidad y luego la muerte.
Sus fantásticos cuentos, sus lúcidas conjeturas metafísicas y sus brillantes especulaciones filosóficas no le obligaron a rendirle culto a la solemnidad y tampoco a renunciar a la erudición amena espolvoreada de humor e ironía: “Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican a la gente” o “yo soy un generoso error de algún dios negligente” fueron sus frases más irreverentes que graficaron su desconcierto existencial. Borges abordó inicialmente la literatura desde su condición de lector, condición que más amó y practicó hasta sus últimos días. Para él la literatura era el gran juego, en el que uno se entrega por entero.
El gran juego de soñar, de imaginar, de viajar (sin subirse a un avión) y de escribir era el que realmente le importaba. Y es que es tan cierto, más aún en estos días cargados por las tensiones y expectativas políticas (terremotos, extradiciones, alzas) la lectura nos ofrece una experiencia inigualable ser uno en situaciones imposibles, de moldear la realidad que se nos presenta de manera mezquina y ese reconocer del mundo a través de la lectura nos permite ser personas más integradas y conscientes.
Pero sobre todo la lectura nos ofrece la ocasión de estar en silencio y a solas con uno mismo a través de un libro; la ocasión de emocionarnos o indignarnos hasta la reflexión y recurrir a la simple y transparente reacción de nuestros sentidos o de nuestra razón. Y es que leer es, ante todo, un placer en el sentido más profundo y completo que se le puede dar a esa dudosa palabra. Los seres humanos no hemos creado organismos más complejos y sensuales que las palabras. El libro, para alegría de Borges, Ray Bradbury, Saramago, Augusto Rubio, Jaime Guzmán, Fernando Cueto, el suscrito y otros zorros más consagrados siempre saldrá bien parado ante la irrupción del lenguaje audiovisual que reina en estos tiempos de modernidad y banalidad consumista.
En tiempos difíciles y escenarios tan conflictivos como el nuestro, infectado por la crisis de valores, la literatura juega el papel de medicina efectiva que desde sus diversas plumas creativas espera aportar con esa cuota de esperanza y vitalidad que reclama a gritos esta ciudad tan arriesgada como la ciudad gótica. Los Zorros partiendo de esta premisa recoge el sentir de algunas voces chimbotanas comprometidas vivencial y nostálgicamente con la historia convulsa de este puerto.
Desde Arguedas hasta Fernando Cueto, Augusto Rubio, Braulio Muñoz y otros narradores contemporáneos. Las historias y relaciones que tienen con Chimbote y con la vida misma cada escritor, comparecen ante nosotros con las palabras que le dan ellos mismos. Podemos sentir el leve desahucio afectivo de un amor no logrado pero una frase de Augusto Rubio puede hacer llegar certeramente nuestra voz al ser amado: “Qué bueno es saber que la lluvia es aparentemente fugaz en la azotea de tu soledad”. Podemos debilitarnos con ternura con el recuerdo de un amor ausente pero un verso de Jaime Guzmán puede humedecernos en la nostalgia: “Cada vez que voy a la ramada/ siento/ como corre/ la garrapata delirante de tu olor…/
Podemos ver una fogata muchas veces, pero solo una frase de Neruda nos define el fuego: “rosal incorruptible”. Y es que como dice Luis J. Cisneros el privilegio, el placer, la necesidad de ser un lector no se termina de agradecer nunca.

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