Juan Ramírez Ruiz, fundador de Hora Zero, fue hallado después de varios meses de búsqueda, sepultado como NN en un cementerio de Trujillo.
Augusto Rubio Acosta
Lo que es la vida, la vida de poeta, Juan, dura, entera, arriesgada y en ocasiones (la mayoría de las veces) mal vivida. Lo que es la vida y uno tiene que enterarse mediante esta fría caja oscura que casi nunca sabe de nuestras cosas. El noticiero de América Noticias acaba de informar que se ha ubicado tu tumba en la ciudad de Trujillo, “después que fueras atropellado por un camión a la altura de Virú y sepultado como NN”. La sorpresa es grande ahora y el pesar enorme en casa, hermano; nos han arrancado la sonrisa a quienes esta noche sonreíamos, nosa han quitado un pedazo grande de corazón a quienes amamos la literatura peruana y apreciamos desde siempre tus poemas.
Ahora resulta que no andabas extraviado, que ya no estabas entre nosotros desde hace tiempo y que alguien de buen corazón –que nunca supo quién eras- te sepultó cristianamente allá en el norte, mientras todo el mundo te andaba buscando, mientras tu hermano José y tus amigos de “Hora Zero” se cansaban de enviar emails solicitando ubicarte y mientras todos visitaban los periódicos buscando al editor de culturales que habría de publicar la nota que daría contigo... Lo que es la vida, Juan, lo que ha sido tu vida, hermano. Y encima tener que identificarte mediante tus huellas dactilares, mediante esas manos y esos dedos que siempre supieron tener un libro atado a la mayor de las nostalgias, aquellos que supieron teclear fuerte en las remigton más intensas del setenta, en las máquinas más insondables de tu vida.
La primera vez que tuvimos “Las armas molidas” (Arteidea editores, 1996) en nuestras manos, ya habíamos leído “Un par de vueltas por la realidad” y “Vida perpetua”, pero hasta entonces no habíamos asistido a un libro que ofrezca lectura poética, política, social, antropológica y lingüística en un sólo volumen. Un libro bello, total y con setenta poemas extensos de excelente factura. Y entonces te admiramos aún más, Juan, porque a tu poesía grande, grande, se sumaba el haber fundado el emblemático grupo poético de los setentas: el Movimiento Hora Zero, aquel donde también se alojara en su momento el chimbotano y poeta portuario Mario Luna.
Y es este libro, Juan, el que nos dice claramente que la inmolación de tus días no ha sido en vano, que el fecundo ejercicio vital a lo largo de tu existencia continúa dando batalla por la poesía, por esos versos que supiste enhebrar en el límite de un tiempo que se ha ido y que se constituyen en vida. Por eso hoy volveremos a leer Las armas molidas, por eso buscaremos de nuevo tus libros y los entregaremos a los muchachos que aún no conocen de tu vida, de tu andar, de tu poesía. Porque es necesario leerte Juan, porque son “Palabras urgentes” las que permanecen atadas en la retina de la memoria y en las bibliotecas perdidas de nuestra vida.
Te quisimos mucho, ¿sabes?, a pesar de nuestra actual e insulsa condición de lectores y escritores de provincia, y de estudiantes universitarios en la Lima monstruosa de los noventas. Te quisimos, Juan, y por eso anoche ante un televisor apenas pudimos disimular una lágrima, apenas y asistiendo impotentes a las últimas y terribles noticias de tus días. Qué más decirte, hermano, qué más plasmar en esta página que hoy domingo gana las calles, flamea en los kioscos de Chimbote (en vano) y nadie sabe qué respondernos si preguntamos por ti. Qué más decir si todo ya ha sido dicho, si ahora ya no hay sol en nuestro patio y no somos más que tristes lectores de tus libros viejos, rebuscando tus poemas en algún espacio perdido o lateando por Killka en las tardes que jamás nos vimos intentando encontrarte.
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