Javier Garvich
En otros países, los escritores tienen algún tipo de institución que los organiza, informa e incluso los protege. Aunque alguno de vosotros no lo crea, en otras sociedades se valora bastante a los escritores, se les sigue escuchando con atención y, sobretodo, se les lee. Las municipalidades más pequeñas hacen sus concursos literarios, miman a sus escritores oriundos. En los colegio se les reclama insistentemente. Cualquier librero se enorgullece de conocerlos.
Aquí el escritor virtualmente no sirve para nada. No recibe ayuda ni estímulo de ningún tipo. El Estado peruano tiene el dudoso honor de ser el único en Sudamérica que no otorga ningún premio literario nacional. Además, el escritor es víctima de editoriales que lo enredan en contratos leoninos, escatimándoles sus derechos, imprimiendo sin su permiso y pirateándolo a su gusto.
“¡Querrán matarlo y no podrán matarlo!” ¿Cuántas veces esos hermosos versos del Canto Coral a Tupac Amaru han resonado en eventos públicos, libros de texto, protocolos estatales, citas de discursos, nombres de promociones, titulares, pie de monumentos nacionales? ¿Y cuánto ha recibido a cambio Don Alejandro Romualdo, además de un rutinario reconocimiento? ¿No se ha ganado con méritos de sobra una pensión estatal digna? ¿No se ha ensuciado el Estado lo suficiente demorando inexplicablemente la solicitud de uno de nuestros más grandes poetas de la historia peruana?
Cuántos poetas y novelistas, dramaturgos y ensayistas han terminado en los pozos de la indiferencia y el olvido, malviviendo una vejez como una carga para sus familiares, incapacitado de moverse para reunirse a su gusto con otros colegas, aguantando enfermedades con dos huevos porque su escuálido presupuesto no aceptaría ningún tratamiento. Olvidados por quienes años ha se lucían en público proclamando sus versos, fumando sus últimos días en una soledad inaudita para un país que necesita maestros y consejos. Cuántas veces hemos oído hablar de aquel artista que murió en la indigencia. Cuántas veces hemos hecho colecta para ayudar a aquel poeta a pagar el hospital o los medicamentos. ¿Sucederá lo mismo con Romualdo?
Cualquiera diría que quisieran reventar al Poeta de la misma manera que él narró el último suplicio de Túpac Amaru. Pareciera que el Estado, los poderes fácticos de este país y la mortal indiferencia de ciudadanos e incluso artistas desean que don Alejandro se muera ya, que deje de quejarse, que desaparezca de la tierra y no joda.
De los escritores del Perú, siquiera, depende algún tipo de iniciativa que le restituya a Don Alejandro la dignidad y el sitio en nuestro país que pareciera haber perdido para siempre. Sí, querrán matarlo. Hagamos lo posible para que no lo logren.
* Tomado de www.lapizymartillo.blogspot.com
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