domingo, 25 de mayo de 2008

Últimas sesiones con Marilyn *

Michel Schneider

Traducción de Ramón de España. Alfaguara. Madrid, 2008. 488 páginas, 23’50 euros

Asumimos que Marilyn Monroe, es el gran icono femenino del siglo XX; convendremos que su imagen, como la del “Che”, trasciende el personal ámbito biográfico para interesar aspectos de índole social y artística; y también aceptamos que el nombre de “Marilyn” solo pertenece a una mediocre e infeliz actriz rubia. Esta suerte de “principios fundamentales” constituyeron el andamiaje de aquella voluminosa novela de Joyce Carol Oates, Blonde (2000), donde recreaba la vida de Norma Jean Baker. Y, en buena parte, también son los elementos alrededor de los cuales que se estructura la obra del psicoanalista francés Michel Schnieder, Últimas sesiones con Marilyn, con la que llegó a ser finalista del prestigioso Goncourt.

En esta historia novelesca, tanto en sentido literal como figurado del término, Schneider logra trasmitir la ilusión de encontrarnos ante un documento de investigación. Tal vez sea precisamente este diseño narrativo lo más interesante de la obra, pues el lector debe plantearse en cada página si lo leído fue real o fruto de la imaginación de Schneider. Los diálogos, obviamente, son ficticios, pero nos asalta la duda sobre la veracidad del encuentro novelescamente recogido. Incluso la sección “Lecturas”, referida a las fuentes de las que bebió el autor, incita al desconcierto, pues por una parte se nos dice que, “Las palabras que aquí se ponen en boca de Marilyn Monroe… provienen de diferentes fuentes (biografías, entrevistas)” (pág. 431); y dos párrafos más adelante, “Si los diálogos, opiniones y cartas han sido inventados, en ocasiones, por el autor de esta novela,…” (pág. 432). No se entienda esta apreciación como censura, sino todo lo contrario, pues es el juego de veracidad-ficción lo más interesante de la obra… desde una perspectiva exclusivamente literaria, claro está. En cierta medida, el autor lleva a la práctica la vieja máxima: “Pon fecha y lugar a una mentira y la convertirás en verdad”.

La historia se narra mediante viñetas, de no más de tres páginas, en las que el lugar y la fecha funcionan como singular título: “Nueva York, Gladstone Hotel, calle 52 Este, marzo de 1955”; “Berkeley, California, 5 y 27 de octubre de 1961.” El orden no es cronológico y tampoco todas ellas tienen como protagonista a Marilyn, pues el proceso de la terapia y el propio psicoanalista, Ralph Greenson, funcionan como motor y personaje secundario de la historia narrada. Pero todavía hay algo más, pues el propio proceso de escritura responde a condicionantes propios del género detectivesco; y no me refiero al luctuoso desenlace de la protagonista, sino a las supuestas particularidades que condujeron a la redacción de la novela. En Últimas sesiones con Marilyn Michel Schneider ha dado un giro, una nueva vuelta de tuerca al otrora alabado “New Journalism”. Como Truman Capote, gran amigo de Marilyn y ya citado en la primera línea, logra atraparnos con la expectación de una trama haciéndonos olvidar que ya conocemos el desenlace. La relación entre paciente y terapeuta llega a resultar tan interesante como la desarrollada en Lo que el viento se llevó.

Si hasta ahora he enfatizado la forma sin mostrar especial interés por el fondo se debe fundamentalmente a que poco o nada nuevo se añade sobre lo ya sabido de la infeliz Norma. El prematuro abandono de la madre, la irresistible necesidad de ser amada, el miedo al rechazo, la incesante búsqueda de la figura paterna entre sus maridos, sus consentidos caprichos de diva… son algunos de los aspectos que van siendo progresivamente comentados y novelados a lo largo de la narración. Las sesiones de diván, sustancia de la historia como parece sugerir el título, no se referencian sino en pequeñas pinceladas y momentos puntuales. Así por ejemplo el tema sexual, tan importante en el psicoanálisis freudiano que sigue Greenson se despacha en los primeros compases: “Mire, doctor, mi vida sexual, mi vida a secas, la veo como una sucesión de recuerdos falsos. Un hombre entra, se agita, me toma, me pierde.” (pág. 106)

* Tomado de El Cultural.

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