miércoles, 3 de diciembre de 2008

El nudo en la garganta *

Apuntes sobre el espinoso camino hacia la reconciliación nacional

Augusto Rubio Acosta

El año que conocí a Zapatazo, en la universidad se complicaron las cosas; las movilizaciones masivas y ordenadas de estudiantes se hicieron cada vez más comunes en el campus, y de vez en cuando una que otra detonación en horas de clase nos hacía recordar la presencia de un Sendero, que incluso –a pesar de la presencia militar- se presentó a las elecciones estudiantiles bajo la lista del FADE. Eran los tiempos duros en que la familia -desde Chimbote- reclamaba mi regreso…

Conocí a Hernán Mayhua (los muchachos lo apodaron Zapatazo, en virtud a los largos y desgastados mocasines que solía usar) en la pensión de Pueblo Libre, y hasta 1995 en que decidió regresar temporalmente a su Aranhuay natal –mediante el Programa de Apoyo al Repoblamiento-, conversamos largo y tendido en distintas circunstancias estableciendo una amistad. A veces, cuando la falta de luz originada por la voladura de torres de alta tensión impedía la lectura y el trabajo habitual, nos tumbábamos en los jardines exteriores de la casa de General Clement a compartir nuestro mundo. De ese tiempo guardo alguna de las cosas que hoy he utilizado para elaborar estas líneas, papeles viejos que han sobrevivido esperando el mejor de los momentos para transformarse en crónica. También me he servido del ocasional diálogo que hasta hace unos años sosteníamos en la tiendita que administraba, antes que él decidiera ya no “hacerse más daño”, desmarcarse, ya no seguir recordando…

Ya no sé si regresaré, los cumpas no te dejan hacer nada allá: te queman tu chacra, se llevan tus animales, a tus hermanas las violan. Así fue con mi hermanita, tenía quince años, la tuvimos que enterrar en el huerto de naranjas; no se dejó, se escapó, le rompieron la cabeza con una piedra, le cortaron su oreja… Nada les habíamos hecho, más bien les dábamos sopa, juntábamos leña, les preparábamos comida cuando venían de hambre y sacaban sus fusiles, nos llevaban a la plaza... Hartos ya estábamos en Aranhuay; y los cachacos: nada, un día entraron a violar en la fiesta de la Virgen…

Zapatazo tenía 15 años cuando nos conocimos. Corría 1990 y se dedicaba a limpiar la casa de Clement, realizaba mandados diversos, hasta se daba tiempo para emplearse en otros oficios menores que surgían de las excentricidades de la colonia japonesa instalada en el barrio. Por ese tiempo, él tenía la necesidad de contar…

Aranhuay queda en Santillana; cuando éramos niños era bonito, nosotros sembrábamos habas, ollucos, todo… pero un día llegaron los senderos, los cachacos, entonces todo, todo acabó… A mi mamá la mataron (en realidad nunca volvió a su hogar, fue considerada “desaparecida”) cuando fue hasta Huanta a reclamar por mi hermano, a quien se lo habían llevado los militares el día que venía de Churcampa adonde había ido a vender, a cambiar cosas, productos que cosechábamos… Antes todo era tranquilo, pastábamos, sembrábamos en los huertos, quechua nomás hablábamos; después, poco a poco, todos se fueron: a Lima, a Huancayo, Cusco, a todos lados, y ya ni volvieron... Mi mamá nunca apareció, nos quejamos por todo sitio, nunca nos hicieron caso. Mi papá fue cuantas veces a tocar la puerta del cuartel, a reclamar porque ninguno de los dos aparecía. Nos dijeron que denunciemos, nos insultaron de “serranos”, “cochinos”. Y los juicios demoran: hay que ir a Lima, todo es en Lima, ni abogados teníamos, menos plata para pagar los gastos. Hasta ahora ya nadie nos responde; para mí es como si mi mamá no se hubiera ido, a quién le vamos a reclamar…

El 91, cuando sucedió el ataque a un camión militar al interior del campus y las cosas se pusieron color de hormiga, ya ni podíamos subir a un microbús, en todas partes nos detenían o nos bajaban de las unidades móviles sólo por ser de San Marcos. Ese año, cuando Fujimori ingresó al campus y un buen grupo de estudiantes lo recibió a pedradas, Zapatazo empezó a trabajar en una bodega de la calle Cueva -frente al complejo deportivo Túpac Amaru- a escasas cuadras de donde nos habíamos conocido. Cómo olvidarse del 91, ese año se instaló una base militar en la universidad, se borraron las pintas, hubo requisa general y se detuvo a dos estudiantes sanmarquinos y a dos de la Católica que nunca aparecieron.

Las autoridades no nos han dado justicia, tantos años… El año pasado nos han apuntado, nos hemos registrado, dicen que nos van a reparar.. En Aranhuay ahora somos centro poblado, antes éramos comunidad; el PAR ha construido casas para las víctimas en Nuevo Progreso, nos han dado seguro de salud, han construido parques, pero faltan otras cosas, canales deberían hacer… Ahora que tengo hijos, yo quiero que ellos vivan en Aranhuay, que no salgan de allá porque Lima es fea; quiero también que se sepa la verdad, todo lo que hemos pasado, que aparezcan nuestros muertos, a ver... Los militares decían primero que nos iban a defender, pero era mentira, ellos eran peor que los senderos; nos pegaban, robaban y mataban, todo porque éramos quechuas… Bastante hemos sufrido, ya ni me quiero acordar ya cuando llegaban las columnas de los cumpas a Aranhuay; por eso yo no fui cuando hubo eso de la comisión para reconciliarnos, para qué, pues…Yo no quiero que me reparen, no quiero plata, yo quiero a mi hermano y mi mamá…

Zapatazo asegura que no desea escarbar más en el dolor inextinguible que le ha hecho cambiar su actitud de vida, pero hasta el último día que hablamos continuaba acudiendo a las reuniones pro reparaciones colectivas donde la mayoría de los integrantes eran mujeres. La última vez que lo vi, cuando clausuró la tienda, embaló sus cosas y nos despedimos, quise decirle que lo comprendía a pesar que nunca había estado en la zona de emergencia y que ojala algún día nos pudiera perdonar... Y es que la toma de distancia respecto a la realidad de las víctimas de la violencia ha sido notoria, ha sido enorme de parte de todos los ciudadanos que hemos vivido ese tiempo y nada hemos hecho por los que han sufrido; tampoco se queda atrás la estigmatización de la cual han sido víctimas campesinos, quechuahablantes, desplazados, estudiantes universitarios, maestros y sindicalistas: la memoria estatal que siempre ha terminado por imponerse… Zapatazo decía que recordar sólo le daba bronca, le provocaba dolor –era evidente- y le alimentaba el odio; sin embargo, en el fondo de sí mismo, yo sé que aún mantenía viva la llama en espera de justicia por lo de su familia, seguramente también por todos aquellos peruanos que ya no están entre nosotros…

Hasta los paisanos que llegan de Aranhuay te cuentan: allá antes había respeto, todos trabajaban igual; ahora todo ha cambiado… Antes, yo me recuerdo, las mujeres hacían telares lindos; ahora ya nadie quiere hilar, se ha perdido eso ya… Un tiempo se armó la ronda de autodefensa, pero el ejército les dio fusiles viejos y así como iban a pelear. Si hasta los senderos entrenaban a los niños y les hacían tallar y pintar su arma de madera; se llevaban a las criaturas, les cambiaban de cabeza, estábamos entre los cumpas y los cachacos; tantas cosas…

Las primeras noches, cuando Zapatazo y yo conversábamos hasta tarde en los exteriores de la casa de Pueblo Libre, cuando se iba el fluido eléctrico y a lo lejos se iluminaba el horizonte mientras tronaban los coches-bomba en algún lugar de la ciudad, nuestro interlocutor –de pronto- callaba; comparaba seguro la guerra que le tocó vivir en el campo y la que se daba en ese momento en la gran ciudad. Al otro día, cuando acudíamos temprano al kiosco de periódicos en la esquina de Cueva con la avenida Bolívar, y mientras veíamos las fotos y los titulares en las portadas, la gente comentaba en todos los sentidos: ¡Dios mío…!, ¡son unos desgraciados!, ¡qué clase de hombres pueden hacer eso!, ¡tá bien carajo, si esos burgueses ni se acuerdan del pueblo!...

La mañana que Zapatazo o Hernán Mayhua partió camino hacia Aranhuay nos quedó un nudo en la garganta, regresó al lugar de donde había venido y se llevó de vuelta una nueva vida: una existencia poblada también de preguntas, medias verdades, miedos frecuentes de que algún día la guerra podría volver a repetirse. Hernán se fue y nos dejó su ímpetu para salir adelante, sus deseos de trabajar para reconstruir el pueblo de esa infancia que él tanto había amado. Nos quedamos con sus preguntas sin respuesta, con sus silencios prolongados y ésa su manera callada de afrontar el drama y los traumas postconflicto. El día que Hernán partió nos preguntamos por el destino de las miles de familias que continúan buscando, que aún esperan a sus desaparecidos. Esa mañana decidimos que si algo podíamos hacer desde nuestra esquina de periodistas –y al margen de las leyes, comisiones, recomendaciones y reparaciones colectivas o individuales a las víctimas que se han dado todos estos años- era no quedarnos callados y desarrollar preguntas, consultarle a la gente, abordar historias de la guerra interna y hacerlas fluir entre quienes alguna vez se acercaran a nuestras líneas, porque no hay otra forma de reconciliarnos. Seguramente la historia de Hernán se parece mucho a la de otras gentes, se parece mucho también (aunque no lo parezca) a quienes vivimos -desde otra perspectiva- los años de la violencia política en la gran ciudad. Como en nuestros días de estudiante, cada vez que viajamos a Lima, vamos a Pueblo Libre y no podemos evitar transitar por las añosas calles de nuestra juventud que nos vieron pasar, y recordar, recordar…
* Crónica. Trabajo ganador (en la categoría Prensa Escrita Regional) del Premio Nacional de Periodismo CVR + 5 organizado en 2008 por el Consejo de la Prensa Peruana y el Movimiento Para que no se Repita.

9 comentarios:

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  2. Excelente crónica, Gucho, y me alegra mucho que hayas ganado el concurso. Felicitaciones. Estamos en contacto.
    Walter Castro

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  3. gracias, walter. gracias a todos los que me escribieron al email.
    saludos

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  4. hoy domingo vi la entrevista que te hicieron en la industria. felicitaciones. habrá que seguir bregando nomás augusto.
    fuerza kultural
    gian.

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  5. Augusto, no conocía este trabajo tuyo. Sabía si del premio pero nunca vi publicada esta crónica. Felicitaciones atrasadas y ¿cuándo dictas un nuevo taller de periodismo literario?
    Saludos de
    Luana Gutiérrez B.

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  6. Exelente crónica. No entiendo por qué la tenías guardada, Augusto. Un gran abrazo por estos recuerdos de San Marcos. Inolvidablemente violento en los noventas.
    Saludos desde USA
    Roberto García-E

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  7. GRACIAS A FACEBOOK LEO ESTA CRÓNICA DE LA VIDA VIOLENTA EN LIMA DURANTE LOS AÑOS NOVENTA EN QUE SENDERO NOS TUVO ACORRALADOS. EXCELENTE HISTORIA LA DE AUGUSTO RUBIO. MERECE SER DIFUNDIDA, COMPARTÁMOSLA CON TODOS.
    UN SALUDO DESDE PUEBLO LIBRE
    MATEO LINARES

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  8. Exelente crónica. ¿Cuántos como Zapatazo habrá dejado el conflicto armado en el Perú? Que tus trabajos sean leidos por muchos más, merecido el reconocimiento.
    Un saludo desde Madrid.
    Alex Cordero

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  9. Vía Facebook acabo de leer este conmovedor relato de la experiencia de dos peruanos sobre la guerra interna. Uno citadino, el otro del campo alto andino. Ambos desarraigados en la gran ciudad. NOTABLE. Gracias por compartirlo, Augusto.
    Fuerte abrazo
    Leonor Guizassola
    Barranco

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