Un 18 de agosto de 2000 se fue el poeta de todos
El poeta César Calvo murió el 18 de agosto del año 2000, cuando yenía 60 años, pero fue como si muriera un adolescente o un poeta siempre joven; y esto indudablemente porque su espíritu era esencialmente de júbilo, exaltación y de brazos abiertos.
De mirada fija y fulgurante, agudo y audaz en el hablar; como oí decir alguna vez a Leoncio Bueno era “un genio oral”, quien siempre estaba en estado de gracia y creando decires ingeniosos en el instante. Para él la vida era fuego, estallido y libertad. Escribió Calvo alguna vez: “Duermo donde me sorprende la noche y el deseo... no puedo dormir muchas veces bajo el mismo techo, ni en la misma ciudad ni con el mismo cuerpo...”.
El poeta era dueño de un poder de seducción irresistible para con las mujeres a quienes volvía literalmente sus esclavas. Se trataba de un amante mítico, con carisma irresistible, con instinto y aureola de ángel y demonio. Lo mejor que nos ha legado: sus libros de poesía y de narrativa entre los que podemos contar Las tres mitades de Ino Moxo y otros brujos de la Amazonía (novela, 1981), investigación periodística y artículos reunidos en La verdad y sólo la verdad (1985), Poemas y canciones (disco grabado con Reynaldo Naranjo y Carlos Hayre, y el entrañable Pedestal para nadie (poemas) que publicara el INC en 1975. César Calvo, quienes te leímos y alguna vez te conocimos, nunca te olvidaremos.
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