"Llegué a Chile, de Estados Unidos, como a los 11 años y medio. No tenía vello púbico. No sabía el idioma ni las extrañas costumbres locales. Me parecía un país en blanco y negro: no había los programas, los deportes, ni las cosas que yo quería", recuerda Alberto Fuguet.
Usted era un gringo.
Era un gringo. De hecho, mi idioma natal es el inglés. Fui a un colegio de niños casi ricos donde la gracia era no saber nada. Y no sabíamos que hubiera algo afuera. Como los ricos en Lima, que no saben que hay otro país más allá de Miraflores.
¿Y en la universidad?
Ahí, sí. Reality bites (ríe). Fui a la más freak, la (Universidad) de Chile. Ahí estaban los caldos calentándose. Fue intenso, divertido, horroroso. Pero nunca estuve del todo. Me decían 'gringo’ y, cuando a uno le dicen así en América Latina, la palabra es extraña: tiene mucho de cariño pero, de pronto, se transforma en gringo conchetumadre, gringo maraco, gringo go home. Allá la exigencia básica era entrar a las juventudes comunistas y ser maoísta.
¿Y entró?
Traté. Quería pertenecer. Porque quería ser periodista y me di cuenta de que quien no era del partido era mirado a menos. Postulé y me dijeron que era muy americano. Así que no entré. Algún día voy a escribir sobre eso. Yo sufrí dos dictaduras paralelas...
La de Pinochet...
Que no me afectó mucho. Y la dictadura maoísta. Yo no podía escuchar música en inglés ni ver películas en inglés, no podía leer Rolling Stone. Me acuerdo de que llegó un tipo de Concepción y hubo un cónclave porque él usaba guantes, aro y pelo azul y escuchaba The Cure. Yo quería que Pinochet se fuera, pero no que, luego, viniera Stalin. Yo quería que la gente bailara lo que quisiera bailar.
¿Qué fue de esos chicos?
Ahora son todos parte del sistema. Tienen deudas en Falabella. No me siento culpable porque nunca quise que Chile fuera Cuba. Me parece un poco patético estar todo el día en Falabella, pero nunca estuve en contra. Me río de eso. Hice la película Se arrienda al respecto.
¿Cuál ha sido su relación con el Perú?
Nunca me enseñaron nada negativo. Yo me siento muy agradecido del Perú, y me intriga. Puede ser casualidad y narcisismo, pero la primera vez que salí de Chile como escritor fue a Perú. Aunque fuera nuestro enemigo, es como lo de Jerry Lewis con Francia. Me siento agradecido. Es un país muy distinto a como lo veo hoy. Perú me ayudó mucho a concebir McOndo. La idea sobre Perú es que todo el mundo anda con sus quenas, pero uno llega a la avenida La Marina y encuentra todo esto lleno de casinos, con Estatua de la Libertad, patético... Mucho más freak que Chile.
Coincidencia curiosa: en uno de sus cuentos usa la frase “Chile no es un país para débiles”, que va con No country for old men (Sin lugar para los débiles), de McCarthy.
Sí. Es que creo que estos países que ya no están como en decadencia son así. Perú, que crece como lo hace y que sigue siendo adolescente y que está con tanta mezcla de primer mundo con tercer mundo y con cero mundo, no es un país para débiles. Aquí sufren los pobres y los ricos y la clase media porque hay que trabajar, hay que hacer plata, pagar deudas, hay que estar al día. La misma globalización nos obliga. Sin embargo, todavía hay prejuicios y tonteras con los apellidos y cosas así. El otro día conversaba con un amigo sobre Colombia y ese tampoco es un país para débiles.
* Condensado de Perú21. En la vista, portada de Road story, la última novela de Alberto Fuguet
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