sábado, 9 de agosto de 2008

Entrevista a Gálvez Olaechea

El 24 de julio pasado, la Feria Internacional del Libro de Lima FIL 2008 se inició con una nueva polémica -la primera estaba relacionada con la sonada bronca Cámara Peruana del Libro - ALPE-. En esta ocasión los protagonistas eran los ganadores del Concurso de Cuento Arte y Esperanza 2007, evento en el cual Alberto Gálvez Olaechea -reo por terrorismo- se alzó con el primer lugar. El Jockey Plaza denegó el acceso a los ganadores del concurso que iban a ser premiados en el recinto ferial, por lo que el acto cultural tuvo que desarrollarse en el auditorio de Peroperú en San Isidro. De las páginas de Perú21 tomamos esta entrevista titulada: "Verse uno enfrentado con la verdad te abre los ojos".

"Yo escribo, pero no literatura sino sobre temas que son aburridos: jurídicos, ideológicos. En cambio, soy lector. Leo mucho. Mi decisión de participar en el concurso fue por una lealtad personal con el padre Lanssiers, que fue amigo mío", explica Alberto Gálvez Olaechea.

Su cuento relata una escena en un calabozo, previo a un interrogatorio.
No soy un gran fabulador. Me ayudó una lectura de hace muchos años, un libro de Ernesto Puig, El beso de la mujer araña, sobre dos personajes que se encuentran en una celda. Quise situar a dos personajes más o menos conflictivos, en este caso, un militante de Sendero y otro del MRTA, en una celda, en la que se establece una relación conflictiva.

Usted ha formado parte del MRTA, me decía, desde fines del 86. ¿Por qué?
Hablar de eso es la historia de mi vida. Entré a la militancia en el MIR, un partido que venía de la guerrilla del 65. Cuando comenzó su accionar Sendero, nosotros, que teníamos un discurso radical, de lucha armada, nos zamaqueamos. La Revolución Sandinista, en Nicaragua, también nos movió. Ese es el referente más cercano para mi generación. Para la generación anterior fue Cuba. Eso nos llevó a muchos de la izquierda radical de esos años a buscar opciones de ese tipo.

¿Era consciente de que era muy probable que personas tuvieran que morir?
Evidentemente. Sabía de qué se trataba, cuáles eran los riesgos y, al mismo tiempo, tenía ilusión de las posibilidades.

Consideraba factible el triunfo.
En ese momento, sí. Y creo que no era el único. Es que ahora vemos la historia desde fines del siglo XX, post Unión Soviética. Pero, desde la mitad del siglo pasado, la mirada era otra.

¿Qué impresión le causa ese cambio de perspectiva?
Resumirlo es muy difícil. Tengo un libro, con varios ensayos, a publicar sobre ese tema. El título tentativo es Aún suenan tambores. El libro trataría sobre eso: ¿Qué pasó? ¿Por qué nos quedamos colgados de la brocha? O, como dijo alguien, cuando teníamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas. La visión del mundo y la lógica son otras. No digo que antes estuviera bien, digo que nos pareció factible en ese momento.

Usted participó en aquella sonadísima fuga de la prisión por un túnel. ¿Qué recuerda de eso?
Me recuerdo entrando por la boca del túnel, haciendo un recorrido interminable, porque era larguísimo, y saliendo por el otro extremo, empapado de sudor. Lo que recuerdo con nitidez es la sensación de ansiedad que daba estar en un espacio tan estrecho. Fue algo muy rápido.

Muchos de sus amigos han fallecido en este trance. ¿Lo valió?
(Suspira) Tengo una formación católica, lo cual nos da una sensación de culpa, de pecado, que está en la base de todo esto. Esa culpa hoy día se arrastra al hecho de sobrevivir a tanta gente buena que murió. ¿Valió la pena o no? Esa pregunta también me atormenta. A la luz de los resultados, uno puede decir que no. Perdimos. Nos mataron. Como en mi caso, pasamos 20 años en prisión. Perdimos todo. Cuando salgamos a la calle, en unos años, no tendremos nada. No hemos construido nada. No tenemos perro, gato, casa. El país sufrió muchas heridas de muchos lados. Entonces, ¿valió la pena? A veces pienso que no. A veces me sale la camiseta y digo peleamos, y eso siempre demuestra la entereza de los hombres por aspirar a un mundo mejor. A veces pienso que la gente no puede resignarse a que las cosas sigan y a mirar y observar; sí, pues, hay injusticia y explotación, y a esperar las próximas elecciones para dar mi voto. Entonces, no tengo una respuesta contundente no porque quiera eludir la pregunta sino porque no la tengo.

¿Cuándo conoció al padre Lanssiers?
Lo conocí en el 93. Él era parte del paisaje de la prisión. Iba a vernos, a visitarnos, a interpelarnos. El padre se hizo amigo de nosotros no porque fuera complaciente sino porque fue la primera persona en decirnos en nuestra cara chata y pelada sus verdades, pero desde el respeto, desde la misma condición de humanidad y no diciendo eres un tal por cual, un criminal, una lacra. Era una interpelación de hombre a hombre. Eso le daba valor y eso es lo que ayuda a cambiar a la gente. Porque, mientras más lo insultan a uno, más se acoraza. Pero que lo enfrenten a uno con las verdades y lo obliguen a reflexionar es lo que abre los ojos, las mentes y los corazones. Esa fue su grandeza.

*El Jockey Plaza adujo no estar preparado para recibir a personas que requieran máxima seguridad... En la vista, los premiados en el auditorio de Petroperú.

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