En La casa de Dostoievsky hay un poeta que se parece a Enrique Lihn.
Estar en una embajada, en este caso la de Chile en Lima, es estar como en su casa. Ocurre que Jorge Edwards no solo es un reconocido escritor, Premio Cervantes 1999, sino también en su ya larga vida ha ejercido el servicio diplomático. Lo reencontramos fresco, ameno, predispuesto a conversar. Nos ofrece un café. Le decimos gracias –y agregamos–, mejor si es cubano. Edwards nos mira de soslayo. Sonríe. Sabe que tratamos de hacerle recordar su estadía en Cuba que dio lugar a su libro Persona non grata. (Entrevista de Pedro Escribano para La República)
Edwards está en Lima para presentar La casa de Dostoievsky, Premio Planeta 2008, novela en la que narra la aventura y desventura de un personaje que se parece mucho al poeta chileno Enrique Lihn.
–¿En sus dos últimos libros usted ha tomado personajes literarios para hacer ficciones?
–Sí, pero hay una diferencia porque en El inútil de la familia, por ejemplo, es un personaje real, creado a partir de Joaquín Edwards Bello, escritor pariente mío del siglo XIX, un extraordinario cronista. En esta novela no, hice ficción. Ese poeta se puede parecer a poetas reales, pero es un poeta imaginario. Es decir, desarrollé una visión ficticia, traté de colocarme dentro de la piel de un poeta, que mirara el mundo como lo podría mirar un poeta: una mirada marginal.
–Sospechosamente ese poeta, que usted dice que es imaginario, se parece mucho a Enrique Lihn.
–Sí, bueno, hay muchos parecidos con Enrique Lihn, pero no es.
–¿Pero sí es un homenaje a Lihn?
–No, quizás es un homenaje a la poesía. Esta novela parte de un episodio que me contó Enrique Lihn. Se había salido por la ventana de una casa lleno de cachivaches y lo dejó todo. Con esa historia hace años escribí un cuento largo que durmió en un cajón y ahora he escrito esta novela. Todo es ficción.
–Don Jorge tiene una vocación secreta, es poeta.
–Yo comencé de poeta. Tuve una educación de poeta, pero nunca publiqué libros, aunque sí en revistas. No me sentía bien, me incliné por la prosa, pero me quedó un interés por la poesía. Soy un novelista que lee poesía.
–En La casa... gravita esa fijación.
–En esta novela me interesó hacer una ficción sobre un poeta que al comienzo está un poco anclada en Enrique Lihn, pero que, en el transcurso, se parece a otros, se parece a mí. Como dijo Flaubert–"Madame Bovary soy yo"–,yo también digo, el poeta de esta novela soy yo.
–¿Cree que un poeta en tanto bohemio, es más combatiente agónico que un novelista?
–El propio trabajo del novelista lo obliga a ser una persona más o menos metódica y ordenada. El novelista tiene que dedicar algunas horas del día a su trabajo de novelista y tiene que hacerlo todos los días, porque si no no sale ese texto largo, coherente, construido, armado que es una novela. El poeta es más de chispazos, más de inspiración, más de momentos, y toda esa cosa, así que quizá el poeta pueda ser un ser más desordenado que el novelista y eso a lo mejor le da una visión más extrema de las cosas, pero nada de eso está totalmente demostrado.
–¿En su novela el poeta es una metáfora de rebelión?
–Sí, bueno, pero eso también aquí es generacional. Esta novela es muy generacional. Mi generación fue la generación del existencialismo, había mucha influencia del marxismo, leninismo, todo eso nos llevaban a actitudes muy iconoclastas, muy de rechazo, muy de crítica del orden existente.
–En La casa... siempre cita a Vallejo.
–Sí, porque Vallejo era un poeta emblemático. Vallejo era tanto como Neruda y para algunos era más que Neruda.
–¿Y para usted?
–Para mí era muy bueno en Poemas Humanos y Trilce, esas son mis primeras lecturas de poesía. Descubrí a César Vallejo en una revista que se vendía en los kioscos, y que era muy buena y que se llamaba Pro arte y que yo compraba a la salida del colegio, hasta colaboré en ella. En ese tiempo todos querían ser poetas, pero había grandes fantasmas: Vallejo, Neruda, Gabriela Mistral, Huidobro, entre otros. Había una mitologización de los poetas.
–El poeta llega a Cuba. ¿Un pretexto para tratar Cuba otra vez?
–Mira, hay una diferencia. Persona non grata es un libro confrontacional, de crítica, de memoria muy precisa, La casa... es más bien recordar a Cuba de las cosas que se me quedaron en el tintero. Aquí aparece la Cuba de la noche, del ron, de las mulatas, de las pianistas, de las cantantes, o sea la gracia cubana está aquí, lo popular, lo nocturno, artístico.
–La de María Dolores, que se fue con otro y dejó al poeta.
–(Risas) Es que el poeta no la atendió suficientemente. El poeta la descuidó. Los poetas suelen ser descuidados y al final pagan las consecuencias. Los poetas suelen ser muy desvalidos. Despiertan en las mujeres un instinto maternal, de protección, que es lo que yo creo que discurre en esta novela porque Álvaro Pongo cuando la presentó, dijo que la novela era muy graciosa, porque según él demostraba que los poetas eran malas personas, porque eran astutos, vivían de la mujeres, de las becas, del gobierno. Hizo reír mucho a la audiencia.Yo creo que lo que pasa con los poetas es que son muy desvalidos y entonces las mujeres de los vates tienden a convertirse en mamá de ellos. Yo he conocido casos en que las esposas se convertían en mamá.
–Usted que estuvo cerca de Pablo Neruda, ¿él tuvo una mamá?
–Bueno, Matilde al final era una mamá. Le hacía masajes en los pies. Yo me quedaba asombrado mirando que él estaba como un Buda, pero un Buda tendido dejándose masajear los pies porque tenía flebitis. Matilde hacía todas esas cosas, era como una enfermera, mamá, cocinera, porque cocinaba muy bien. Lo protegía, le daba las botellas de buen vino. Era un poco mamá. La Teresita de mi novela, amante del poeta, sí es un invento total. A mí me gustaría mucho haberla conocido, pero no existe y no existió.
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