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el liviano desgarramiento de la tarde
el poeta le increpó a su guitarra
qué tenía que hacer para morir
con asombro comprobó
que su última canción
no estaba hecha de palabras
estoy jodido, se dijo
y empezó a rasguear
el amurallado lecho de la noche
miedos gangrenas luz anaranjada…
por mandato inexplicable
(orientando el fulgor de sus heridas)
una voz se alzó en la intemperie:
quizá también su soledad.
como jueces ocultos en la sombra
la palabra y el verso amable
permitieron que el trovador
(aburrido y estéril telonero
en las tocadas gratuitas)
sentara a su cadáver en una banca
para observar el transcurrir de la historia
como insistía en el rasgueo
alguien preguntó:
¿quién te habita cimarrón
en qué soundtrack enloquecido
en qué gélido y despoblado auditorio
se quedaron dormiditos tus sueños?...
¿adónde irás si las cantinas sórdidas
se calcinaron tras el incendio el grito la lágrima
también nuestra orfandad?...
ella llegó para cantarle a su universo
de manzanilla ciruela río
llegó en el fondo para arreglarle el poema
para terminar de escribirle la vida toda
la vida toda en el canto
el canto (mío).