martes, 7 de septiembre de 2010

Memorias de mi pequeña patria

El suscrito le debe el 90% de lo que ha leído a las bibliotecas. Y el post que he empezado a escribir nace más de un lector que de un escritor, a pesar que la historia de un escritor sea la de un lector al fin y al cabo. El presente testimonio proviene de alguien que lee permanentemente, un sujeto para quien la lectura es una de las actividades centrales de su existencia, un individuo a quien -dado el añoso vicio que padece- siempre es posible preguntarle ¿qué cosa estás leyendo?, alguien que hoy deja constancia aquí de las sensaciones que ha experimentado en los entrañables espacios que discurren paralelos a la escritura y al libro desde tiempos inmemoriales.
La primera biblioteca que pisé fue la del Colegio Raimondi, un lugar frío, ordenado y anodino, lamentablemente destinado más a las reuniones del profesorado que al fomento del hábito de la lectura, donde realicé mis primeras y brevísimas performances con libro abierto. En casa los volúmenes que empezaron a formar mi primera biblioteca todavía no merecían calificarse como tal, de modo que tuve que esperar varios años. La Biblioteca Municipal César Vallejo de Chimbote (entonces ubicada en la Plaza de Armas) fue el segundo espacio en su género que visité regularmente y donde pasé largas jornadas leyendo los cuentos de los hermanos Grimm, las ficciones de Lewis Carrol, Julio Verne y a los primeros autores peruanos. La Biblioteca Garcilaso de la Vega, de Nuevo Chimbote, fue otro de los lugares que frecuenté esporádicamente; la triste realidad del lugar (sin fondo bibliográfico decente, abandonado y postergado siempre) me permitió leer -sobre todo- las revistas que guardaba en sus anaqueles al alcance del público, ejemplares que poco a poco fueron desapareciendo.
Esperé buen tiempo para pisar una gran biblioteca. A los deiciseis años ingresé por primera vez a la Biblioteca Nacional del Perú (entonces en su sede de la avenida Abancay), un espacio que me impresionó al examinar sus ficheros, pero a la vez desanimó al constatar que no sería posible leer o al menos saber a ciencia cierta de qué constaba tamaño fondo bibliográfico. En el lugar, poblado a toda hora de investigadores, coleccionistas y lectores voraces, transcurrieron largas horas de mi primera época universitaria. En ese tiempo ya intuía que tarde o temprano me dedicaría a escribir narrativa, pero era consciente que necesitaba una disposición de vida, prestar mucha atención a las personas ajenas, ser receptivo a sus intereses, al lenguaje y la sintaxis que utilizaban, a las películas que veían y sobre todo a su conducta. Necesitaba leer harto y leer bien, necesitaba vivir... (Lea el texto completo aquí)

3 comentarios:

  1. He leído atentamente esta nota, un verdadero elogio a la lectura y a las bibliotecas, definitivamente aspectos imprescindibles d e nuestras vidad.
    Que la lectura llegue a todos, sin excepción. Ese debe ser el fin último.
    Claudia Ricardi.
    Lima

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  2. EXCELENTE. MOTIVADOR SIN DUDA. YO también le debo mucho a las bibliotecas. Gracias. Un saludo para ustedes los de Marea cultural.
    Ana Yenci

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  3. Gran testimonio de vida.
    Lander

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