¡Barrios Altos, La Cantuta, los desaparecidos de Santa exigen justicia!
Mi muy repulsivo señor: Concentra usted todas las
taras morales del Perú. Es usted una dosis homeopática
de lo peor de este país. ¿O deberé decir que es usted
un amasijo de yerros retorcidos?
No importa como lo nombre. Usted sabe qué linajes de
rata lo componen y cuánto se parece usted –por
espantoso– a las muertes que planeó y ejecutó.
Hasta ayer era usted un asesino por encargo, que no es
poco. Ahora aspira a ser absuelto negándolo todo.
Lo que sucede es que de tanto negar se ha negado usted
mismo y de tanto querer borrar huellas imborrables es
usted ahora una sombra sin historia y una piltrafa de
ectoplasma. Por eso he dudado en escribirle esta
carta. Porque ahora no sé si es usted el homicida
serial que en realidad es y será o si ha sido
convertido en un libreto de Nakasaki, una ocurrencia
idiota de Kenji, o la viruta que deja la amnesia
calculada de Fujimori, su maestro y guía.
Que usted quiera salvarse de la condena inexorable que
le espera negando que existiera el grupo Colina
–cuando hay veinte testimonios, un ascenso grupal, una
felicitación presidencial, una denuncia documentada y
primordial del general Robles, muertos y testigos,
fosas comunes y deudos– resulta, en todo caso,
explicable. Asesinos como usted suelen maridar el
sadismo y la cobardía. Sadismo a la hora de matar a un
niño de ocho años o a un periodista vendado en una
playa y cobardía a la hora de afrontar su
responsabilidad.
Usted, señor Martin Rivas, viene, aunque quizás no lo
sepa, de una larga tradición. Esa tradición es la de
la cobardía de fabricación nacional (también tenemos
cobardías importadas: Fujimori es un ejemplo). En ese
sentido es usted un hijo putativo de Mariano Ignacio
Prado, el presidente que se fugó en plena guerra con
Chile “a conseguir armas y buques en Europa” y que
nunca volvió. Esa rata ancestral de la historia
peruana es el tatatarabuelo de Fujimori, su jefe, y su
premonición personal, señor Rivas.
Dice usted que lo que le confesó a Jara era un ensayo.
Pero se ensaya para decir la verdad, para no perder el
hilo del relato, para no dejarse intimidar a la hora
de los loros. Así que ese ensayo general –sigo su
lógica roedora– era para que usted adquiriera el
temple suficiente a la hora que tuviese que dar su
testimonio ante la autoridad.
Como será usted de asesino que hasta la putrefacta
justicia militar de Fujimori, su jefe, lo condenó por
los crímenes de Barrios Altos y La Cantuta (en ese
entonces no se conocía todo su pasado).
Y cómo será usted de cobarde que ahora dice que sólo
hacía análisis de inteligencia, que estaba detrás de
un escritorio haciendo tareas administrativas que no
sabe precisar, que jamás le disparó a nadie. Poco
faltó para que le dijeran “San Martincito”, mayor.
Pero lo peor de usted es que pretende hablar en nombre
del Ejército. Es cierto que el actual jefe del
Ejército es un festivo subdotado mental, pero eso no
lo autoriza, señor Rivas, para seguir ensuciando el
uniforme de Bolognesi y Ugarte. Ni ocultándose detrás
de mil uniformes –como ahora pretende– podrá usted
impedir que veamos qué montículo de basura alberga
usted en sus entrañas.
Por gente como usted es que el Perú estuvo a punto de
perder la guerra con Sendero. Cuando Guzmán soñaba con
“el equilibrio estratégico”, soñaba con gente como
usted y como Telmo Hurtado y como el comandante
“Camión”. Ustedes lograron que miles de peruanos que
hubieran podido defender la causa de la democracia se
plegaran a las filas del marxismo mutante de Guzmán.
Si hubiese sido por usted, Guzmán habría jaqueado al
Perú como hoy ni siquiera lo podemos imaginar.
No manche a las Fuerzas Armadas hablando en su nombre.
No hable usted de patria: la suya es el crimen y la
miseria moral. No hable usted del Perú: el Perú que
usted concibe es un escuadrón de la muerte haciendo de
las suyas ante civiles indefensos.
Y no crea que la gente se ha tragado su teatro. Lo
único que ha logrado usted es que el repudio hacia su
conducta haya adquirido la muy extraña dimensión de la
cuasi unanimidad. Porque ya sabíamos quién era. Pero
ignorábamos qué nuevos aportes podía hacer usted a su
prontuario de sangre y emboscadas.
Usted ha querido matar a sus difuntos. Con su fallida
burla ha vuelto a disparar en la nuca a los que mató
en Lima o en Chimbote. Y ha rociado de balas a sus
familiares, que esperaban una señal de que usted
seguía siendo humano. Sólo ha faltado su compinche
“Kerosene” para que la jornada del repase pueda ser
considerada completa.
Y no crea usted que Raffo es un buen consejero, Saravá
un estratega y Nakasaki el Perry Mason de los
Barracones. Mire nomás dónde está Fujimori.
Y tampoco crea que el diario “La Razón” lo salvará con
su “peso mediático”. Peso tenía cuando Faisal reinaba
y Bressani repartía.
Por último, tengo que decirle que estoy entre quienes
no se han sorprendido por su faena. Estaba casi seguro
de que usted haría lo que hizo. Y no porque yo sea muy
perspicaz sino porque tengo algunos estudios al
respecto. Lo que quiero decirle es que, desde el 5 de
abril de 1992, modestamente, me especialicé en
estudiar a ratas como usted.
Con la debida distancia dictada por la salubridad, se
despide
César Hildebrant
Posdata: Yo escribí sobre el perro de los Aguá y me
contestó Aldo Mariátegui. ¡Maravilloso! ¡Pavlov fue un
genio! Y en relación a los Aguá, Aldito, no vuelvas a
ser bruto: hay un País Vasco-Francés en el que el
eusquera languidece y el afrancesamiento de
patronímicos y topónimos se ha impuesto. Dile a
Laurita, tu socia en ADN, que te lo explique. O dile a
“Suez Energy” (¿o era, dado tu lenguaje, “Soez
Energy?) que te regale otro viaje, esta vez a la vieja
Aquitania. Y te cuento, para terror no sólo de los
Aguá sino del amo mayor, o sea el papá de Federico
Danton: ¡las conversaciones con el 11 no se han
truncado todavía! Uyuyuy. Y sin picarse, ¿eh? A ti no
te puedo decir, como haces gentilmente tú conmigo, que
no contestes burradas.
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