En Chimbote, constructo ficticio y real de la póstuma novela de Arguedas, la explotación y degradación del ser humano superó los límites de lo más grotesco y esperpéntico que existe; Chimbote fue la ciudad que menos entendió el novelista pero la que más lo entusiasmó, una urbe por donde circuló (circula) una fauna multicolor y tremendista de personajes que rozaban la locura o simplemente la vivían, la gran zorra del mar:
"Esa es la gran zorra ahora; el mar de Chimbote era un espejo, ahora es la puta más generosa, “zorra” que huele a podrido. Allí podían caber cómodamente, juntas, las escuadras del Japón y de los gringos, antes de la guerra. Los alcatraces volaban como señores dueños (...) Antes espejo, ahora sexo millonario de la gran puta, cabroneada por cabrones extranjereados, mafiosos...”, dice Zavala, personaje pescador-lector-meditador-sindicalista enérgico, en uno de los capítulos del libro.
"Esa es la gran zorra ahora; el mar de Chimbote era un espejo, ahora es la puta más generosa, “zorra” que huele a podrido. Allí podían caber cómodamente, juntas, las escuadras del Japón y de los gringos, antes de la guerra. Los alcatraces volaban como señores dueños (...) Antes espejo, ahora sexo millonario de la gran puta, cabroneada por cabrones extranjereados, mafiosos...”, dice Zavala, personaje pescador-lector-meditador-sindicalista enérgico, en uno de los capítulos del libro.
En la novela, otro de los personajes señala que nuestro puerto es una ciudad que ha perdido su identidad, su habla y su pasado: “aquí está reunido la gente desabandonada del Dios y mismo de la tierra, porque ya nadie es de ninguna parte-pueblo en las barriadas de Chimbote”, urbe caótica, paradigma de la depredación de la economía americana por acción de las multinacionales y el capitalismo salvaje. El paralelismo prostitución- ciudad (Chimbote) es más que reiterativo en varias partes del libro; explotación de anchoveta - explotación de los indígenas, es otro de los paralelos trazados por el autor en la más marginal de sus creaciones.
La primera vez que leimos "El zorro de arriba y el zorro de abajo" entendimos que estábamos ante una obra límite, ante el relato de la agonía que precede al suicidio de un hombre, la misma que muchas veces se intercambia y se entrelaza con la agonía de los más desposeídos. Cuando leímos la póstuma novela de Arguedas teníamos quince años y no fuimos capaces de discernir que Arguedas era el único escritor peruano capaz de encarnar las visiones conflictivas del novelista hispanoamericano: la del artista con aspiración universal y la del escritor nacional comprometido.
La primera vez que leimos "El zorro de arriba y el zorro de abajo" entendimos que estábamos ante una obra límite, ante el relato de la agonía que precede al suicidio de un hombre, la misma que muchas veces se intercambia y se entrelaza con la agonía de los más desposeídos. Cuando leímos la póstuma novela de Arguedas teníamos quince años y no fuimos capaces de discernir que Arguedas era el único escritor peruano capaz de encarnar las visiones conflictivas del novelista hispanoamericano: la del artista con aspiración universal y la del escritor nacional comprometido.
En "El zorro..." hay tres abismos: el mítico (los zorros), el ficcional (el relato) y el abismo personal (el de Arguedas, que se debate entre la vida y la muerte). Testimonio, lenguaje diaspórico, transculturación, globalización, diatriba a los poderes hegemónicos, migración, homosexualidad, predominio de la oralidad, etc, le otorgan al libro un aliento distinto que todo el resto de la obra arguediana. Los sub-géneros que se fusionan en la novela son diversos: discurso, diario personal, relato, drama, ensayo, poesía, canción, construcción literaria y documento histórico de lo que fue la sociedad peruana en la década de los sesenta y de la vida del autor que vivió en el puerto y recorrió sus calles para conversar con los migrantes.
Con frecuencia se suele citar la polémica entre Arguedas y Sebastián Salazar Bondy en 1965, primero en el Primer Encuentro de Narradores Peruanos realizado en Arequipa, donde Arguedas protestó cuando éste, hablando de "Todas las sangres" (1964), se refirió a ella como una “realidad verbal”; luego, Salazar Bondy aludiría a este mismo aspecto en la “Mesa redonda” sobre esta novela, efectuada en junio del mismo año. Para Arguedas, "Todas las sangres" era el producto de sus vivencias personales y representaba los problemas de la realidad peruana. La crítica que se le hizo a Arguedas le afectó sobremanera, recrudeciendo su dolencia psíquica y tendencia al suicidio, afectando su próximo proyecto de novela (El zorro de arriba y el zorro de abajo).
Para Mario Vargas Llosa, "El zorro de arriba y el zorro de abajo" o su discurso no tendría sentido si Arguedas no se hubiese suicidado. Para el Premio Nobel, el suicidio del autor -que es lo mismo que narrador y personaje- le da validez al discurso de la novela y sobre todo de los “diarios”, puesto que el narrador ha venido hablando a lo largo de ellos del deseo de suicidarse. Esta interpretación resulta de asumir que los diarios son autobiografía, lo cual en nuestro concepto es bastante cuestionable.
Del libro póstumo de Arguedas podríamos conversar mucho o escribir páginas enteras como las que hoy me tocan. Empecé a escribir este artículo pensando adentrarme en el mosaico de prostitutas, locos, religiosos, pescadores, mercaderes, extranjeros y peruanos de todas partes que llegaron a Chimbote a mediados del siglo pasado para forjar la ciudad florecientemente caótica y cruel descrita magistralmente en el libro del cual hoy nos ocupamos; sin embargo, el hilo conductor de estas líneas se ha orientado más al análisis del último libro del autor de "Los ríos profundos".
Este 18 de enero de 2011 conmemoramos el centenario del natalicio de José María Arguedas. Gracias maestro por todo lo que nos has legado, por ayudarnos a comprender la compleja realidad del indio nativo con la cual te identificaste desde siempre de la forma más intensa, gracias por hacernos sentirnos orgullosos de haber nacido en esta tierra, gracias por tus libros, traducciones y trabajos etnográficos, por expresar los problemas esenciales de nuestra sociedad, gracias por permitirnos ser mejores peruanos.
La ilustración es de Álvaro Portales.
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