martes, 1 de abril de 2008

La maestría del doctor Bueno

Augusto Rubio Acosta

La tarde en que Bueno llegó a matricularse en la maestría, jamás imaginó que el desarrollo del plan de estudios y su nuevo grado académico le resultarían gratuitos. Al recibir el sílabo se sintió reconfortado. Los cuatro cursos del primer ciclo serían para él –y en su modesta opinión de recién graduado como aboganster en una anónima y faltosa universidad- un paseo, pan comido, papayita, exceptuando las malditas matemáticas financieras que lo perseguían cada cierto tiempo en los cursos de especialización y en sus afanes de postgrado.

Origen de las parrandas I y El alcohol y su función como lubricante social, serán de lo más sencillo, pensó, acomodándose los anteojos oscuros (pa` que no sepan que está mirando). Pero si hasta Introducción a la jarra y el vaso, podría ser dictado por él mismo si alguien le daba el espacio para verter sus amplios conocimientos, experiencias múltiples y trabajos de campo.

Lo que le jodía de los cursos de los primeros meses de ese verano ardiente en Chimbote, era –definitivamente- el curso de Matemáticas financieras del bebedor. Cómo evitar pagar bebidas demás, cómo cobrar vueltos “olvidados” a los meseros, cómo calcular propinas, cómo meter “cabeza”, y otros... Él nunca supo sacar bien la cuenta (mucho menos dejar propina); desde sus inicios en el Oh qué bueno y El carro hundido, con la collera de la promo (de abogansters, claro), hasta sus últimas vueltas por El Pascualín, y sus cabeceadas en los bares del jirón Balta, siempre supo que ese sería su punto débil.

En el plan de estudios se encontró también con la relación de materias del siguiente periodo académico: Tragonometría I, El alcohol como sustituto del Psiquiatra (¿será posible?), Discusión I, Bebidas en la playa I (con tal que no sea la de Miramar, pensó), Introducción al manejo del tequila (ese sonaba nice), y un anodino Comidas y canciones que no combinan con el alcohol (¿?).

“El tratamiento primario comienza con el reconocimiento del alcoholismo como un problema que necesita atención específica, en vez de considerarlo secundario a otro problema subyacente como se hacía antaño. Se están desarrollando rápidamente residencias especializadas para su tratamiento y unidades específicas en los hospitales generales y psiquiátricos…”, alcanzó a leer en las revistas especializadas que se trajo de Lima en su último recorrido por el cardiólogo y por las fondas (culturosas) de Kilka, que finalmente le llegaron “a buen sitio”.

Sílabo en mano, los cursos del tercer periodo académico lo empezaron a preocupar. ¿Sería capaz de salir airoso de tamaña exigencia?... Tragonometría II, Importancia del cañazo en la toma de decisiones (¿estaba a punto de tomar una?), Logística y ubicación del trago, Consecuencias de conducir bajo efectos del alcohol (o sea cómo evitar que los mocosos esos egresados de la escuelita de Bellamar que ahora malconducen el tránsito te pongan multa) y Relatividad de la belleza de la mujer según el nivel del alcohol (ese sí que lo consideraba importante, imperdible).

A medida que avanzaba hacia su oficina en el jirón Leoncio Prado, pensó en el calor que hacía y en sus amigos de la noche anterior. ¿Y si les timbraba para un cebiche?... Recordó que el año anterior, cuando intentó asistir como alumno libre al curso de Técnicas avanzadas de cómo ocultar el tufo (o sea cómo hablar e inhalar al mismo tiempo), un cebichito con los viejos amigos de su insulsa promo del Raimondi le impidieron matricularse. Del pescado a la botella hay escaso trecho –pensó- y había que retomar la idea de salir airoso de los nuevos retos en materia académica.

Al llegar a su oficina, las secretarias y practicantes lo observaron con molestia. Una de ellas soltó una risita al tiempo que esparcía en el ambiente un poderoso ambientador. Volvió a bajar las escaleras; al llegar a la puerta del edificio sucedió: “Puta, Bueno, ya ni te dejas ver, chochera. ¿Dónde te vas?... Qué te has creído, oye… ¿Qué?, ¿o sea que porque ahora te codeas con la crema de la jurisprudencia, que andas con los encorbataos esos de medio pelo en el Piyéik (o sea PJ), ya ni tiempo tienes para tu gente, para tu mancha (triste y galvista), para tus patas de promo?... ¿qué?, ¿o sea que…?, a pux…

Terminaron en El Charly. “Tres meses promoción, tres meses he estado al margen; pero he vuelto entero, ¿no me ves?... Lima ya no me aguantaba, causa, tiempo que quería venirme; felizmente acá estoy, uno siempre extraña a la collera, y además el sitio ese donde me tenían encerrado y en “tratamiento”, la verdad que me jodía; hasta granos me empezaron a brotar en la nuca por el tiempazo que estuve adentro... ¡Salud, promoción…! ¡Mozo, tráete cuatro de una vez!... Como verás, yo ahora sólo me preocupo de mi maestría; manya, acabo de matricularme. Con el nuevo grado ya nadie me joderá…”.

La tarde se hacía noche mientras Bueno hablaba de la importancia de invertir en postgrados como el suyo: “Todo se ha globalizado, causa, hay que estar a la vanguardia. Se invierte, pues, pero qué se hace; tiempo, dinero, la vaina es estar actualizado y ser competitivo. ¿Si o no?... Yo lo primero que he visto ha sido la plana docente, el nivel que tienen, su experiencia profesional. Ahora, qué me iba yo a imaginar que terminaría enseñando algunas materias; será la vida, pues, será mi karma; ni cojinova que fuera para negarme yo a dictar, sobre todo si me va a salir gratis la vaina ésta… ¿Que qué sé yo de metodología?, ¿Qué hay que capitalizar la experiencia de los alumnos y del profesor?, ¿Qué cuántos egresados pienso insertar en el mercado laboral?...

La noche se apoderó de El Charly y las desinhibidas chicas de su vasto catálogo empezaron a abandonar su centro de trabajo. ¿Adónde nos vamos, chochera?, habla, pues… Y la gente, la promo, los cojuditos que lo habían seguido desde su insulsa oficina, apostaron por continuar la charla en el Chissita…

“El consumo excesivo de alcohol, como todos saben, destruye las neuronas, pero naturalmente ataca a las neuronas más lentas y débiles en primer lugar (si, claro). En este sentido, el consumo regular de cerveza elimina las neuronas más débiles, haciendo constantemente del cerebro una máquina más rápida y eficiente (caray). El resultado de este profundo estudio epidemiológico verifica y valida la relación causal entre las trancas de fin de semana y el rendimiento de los matemáticos, sociólogos, ingenieros, historiadores, escritores, médicos, abogansters, psicólogos, pintores, músicos, biólogos, etcétera. ¡Hasta de los periodistas, oye…!”.

“(…) ¿Por qué crees que después de la universidad y del matri (cidio), la mayoría de profesionales no pueden mantener los niveles de rendimiento de los recién egresados de las aulas?... ¿Por qué más va a ser, pues, cuñao?... Sólo aquellos que persisten en el estricto régimen de voraz consumo alcohólico pueden mantener los niveles intelectuales que obtuvieron durante sus años de estudiantes universitarios, ¿si o no, causita?... Después dicen que en el Perú se está perdiendo el potencial intelectual… Además, el alcohol aumenta el colesterol benigno, reduce la trombosis, una vaina llamada fibrinogen, aumenta la fibrinólisis (o lo que shusha sea) y reduce (sin duda) el espasmo arterial del estrés…”.

La noche que loreamos bravo y nos despedimos de Bueno, era tarde, los pirañas y drogadictos se habían apoderado de las calles del centro y un policía municipal vomitaba en la pileta de la Plaza de Armas. “La verdad, lo único que me interesa del sílabo es el curso ese sobre Relatividad de la belleza de la mujer según el nivel del alcohol”, alcancé a decirle. Habla, Bueno, ¿crees que me dejen entrar como alumno libre?, habla, chochera, de hecho me va a servir; hasta podría dar una charlita, mi humilde testimonio, aboganster, franco. Me matriculo nomás, ¿qué dices?, háblale al profe, causa, que me deje entrar...

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