Carlos Rengifo
Bastó un e-mail del novio de la chica para que la mecha se encendiera, y brotara como una espina, y se expandiera por la red como una vociferación de protesta, llenando los corazones primero de sorpresa, luego de incredulidad, finalmente de indignación. El azar la había llevado a Ecuador, en una visita sustituta que la hizo partícipe de una reunión abierta, televisada, y sin embargo los hilos de la prepotencia oficial la iban a cercar como una araña arrincona a una mosca. Tal vez la inocencia le jugó una mala pasada, quizás la buena voluntad le mostró su otra cara; no obstante, no era para que se ensañara tanto con ella. ¿Estaba acaso ya predestinada? ¿Todo la llevaba irremediablemente hacia las garras bufalonescas? Sea como fuere, lo cierto es que ella se encontró de pronto en el lugar equivocado, en el momento equivocado, y la pala temeraria —y ciega— de la militancia la arrastró con toda la carga, la levantó en vilo y la hundió en el pozo frío de la represión.
Voces ajenas se levantaron como si de su hermana se tratara, y helos aquí cerrando el puño y escupiendo a destajo la mala estrella que le tocó vivir a la estudiante universitaria, asidua concurrente de tertulias y recitales literarios. De golpe, cual ventarrón intempestivo, medio mundo se sintió tocado por la suerte de la joven, seguían la pista de su destino y urdían plantones frente a edificios públicos para su inmediata liberación. El agua, que tanta falta hace a los pobres de asentamientos humanos y a los que habitan en la cima de los cerros, fue derrochada por un rochabús una tarde de perfomance en la que lo que menos deseaban los manifestantes era bañarse. Y los apaleos, empujones, botas en ristre, le dieron a esa tarde la razón para seguir odiando a la tombería y continuar con la rabia.
Abogados, parientes, salieron en defensa de la equivocación, y mientras se esperaban pruebas, pruebas al canto, a la vez que registraban la vivienda de la infortunada joven, el mandamás de los captores justificaba su error. Salía con su mejor perfil en la tele, rodeado de micrófonos, en tanto los flashbacks televisivos mostraban a la muchacha esposada en Aguas Verdes, metida en un automóvil, entrando en una dependencia policial. Youtube lo hubiera tenido entre sus videos más vistos si no fuera porque Amy Winehouse acaparaba la atención entonces; pero lo que sí se vio fue al infatigable maestro Delfín participando en la manifestación, enhiesto como sus esculturas de hierro.
El hecho cruzó fronteras mentales, abrió los ojos de muchos, intelectuales insospechados daban su nombre y DNI a una carta dirigida al presidente, y hasta los borrachitos de Quilca dejaron a un lado sus botellas y se unieron al reclamo, que les salió por la culata porque la bufalonada vestida de Rambo les agrió las cervezas encimándolos y amenazándolos cual si fueran terroristas, cuando el único atentado que podrían cometer era solo contra sus hígados. La rabia creció, mientras la situación de la chica no cambiaba, y se incrementó aún más cuando la trasladaron a Santa Mónica y le implantaron un régimen estricto.
Sola, en la frialdad de cuatro paredes, ahora ella medita, siente, sus ojos se cierran al sonido de los ecos distantes, a la reminiscencia de la libertad perdida. Con apenas cuatro horas de camino en el patio, visitas restringidas y sombra por doquier, su cautiverio en el tercer piso del pabellón C es más duro, más indigno. Para consolarse, quizás, para paliar ese sentimiento contrariado de ira, impotencia y desazón, la joven escribe, se ensimisma, procura trasladar en palabras lo que su voz no puede traducir, y el dolor del encierro la alienta, la desgarra, la hace madurar, en medio de una situación que nunca imaginó, que jamás en su vida se le cruzó por la mente. Ella, que tampoco se imaginó, ni siquiera en sus remotos sueños, que iba a ser lo que ahora es: un símbolo, parte de un sentimiento de privación injusta a la libertad. Y que ahora también, de un modo visceral, en la clausura severa que la induce a replegarse para resistir, en el encuentro obligado consigo misma, maniatada tal vez por su propia indefensión y tristeza, esta joven recluida, deshogándose, se está convirtiendo en poeta.
* Tomado de el escritorzuelo / www.carlosrengifo.blogsome.com
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