De la isla a la playa. Brazada y pasión del abuelo nadador
Augusto Rubio Acosta
El día que el abuelo cruzó a nado la vasta distancia de la isla a la playa, despertamos tarde, desayunamos ligero, olvidamos el sun block en casa y salimos raudos hacia la orilla del mar pensando en que el fuerte empuje de las olas, las mareas y el solazo en lo alto, podría ser aprovechado por el añoso nadador para sentir la electricidad que despide el océano cuando se le desafía, cuando se adentra uno en su sino.
Y ahí estábamos: el camarógrafo echando a correr su cinta para registrar la salida de la vieja casa-estudio de Gálvez, el conductor de la chalana que nos llevaría a la isla, el “abuelo nadador”, y este cimarrón aturdido aún por el sueño inconcluso y por sus propios fantasmas. En el embarcadero artesanal, Lincoln obvió los minutos de estiramiento, de ejercicios y olvidó pensar en la orientación que debía tener a la hora de la travesía; se acordó de las brazadas largas, de estirar los brazos tanto delante como detrás, pero jamás de protegerse del sol. Se limitó a perseguir a los cochos que revoloteaban alrededor nuestro, a bromear con las vendedoras de pescado y a intercambiar pareceres con los hombres de sal.
¡Qué tal…! El viejo grito de batalla volvía a sonar estentóreo al llegar a pie a La Caleta, mientras en las afueras de la Capitanía del Puerto unos trescientos cincuenta chimbotanos (además de ochenta nadadores) esperaban a los organizadores del evento y el inicio de la fiesta en el mar. Pero esta historia empezó hace cierto tiempo, ¿sabes?, se inició cuando -un buen día de 2007- el abuelo decidió volver a encontrarse consigo mismo, cuando empezó a nadar y a competir durante largas jornadas en la piscina del Vivero Forestal con la turba de “mojarrillas” que lo siguen a todas partes; en suma, cuando decidió hermanarse con el mar.
“Tú sabes cómo soy, cimarrón, conoces más o menos de cerca (de oídas más que en vivo y en directo) la acelerada vida que este viejo que tienes al frente ha llevado. ¿Recuerdas la lesión que me mantuvo medio año en el marasmo? Un tobillo lastimado a causa de los desinhibidos e inéditos estilos de natación que practico no me iba a detener... Qué bueno que estemos todos: mi familia toda (y en camiseta naranja), mis amigos, mis compañeros del agua (de la piscina también)…”.
Al mediodía, cuando el guardacostas dio la largada en la boya verde frente a la Isla Blanca, cuarenta nadadores (de las categorías mayores y másters) empezaron a pugnar con el mar. Cuando arrancó, el abuelo lo hizo en estilo espalda, con paciencia y sin apurarse; total: el asunto no era llegar primero (después confesaría), el asunto era llegar... Brazada a brazada, el añoso nadador nos remitió a los egipcios, a los fenicios y a los insoslayables cartagineses siempre en guerra, siempre en pugna, por dominar el Mediterráneo. Recordó –seguro- el “Libro de Leyes” de Platón, donde éste se pregunta: “¿debería confiarse un cargo oficial a personas que son lo contrario de gente culta, los cuales, según el proverbio, no saben ni nadar ni leer?”. Se imaginó enzarzado en una competencia al costado de Dionisios, junto a Aretusa de Elis e intentando cruzar el Naxos. Brazada a brazada, no había que dejarse fiar…
La corriente arrastró a algunos nadadores retrasando su avance en el océano. Los desertores (muchachos y maduros) empezaron a aparecer y a ser rescatados por el guardacostas. Un viento fuente arrastraba la chalana desde donde asistíamos a un domingo distinto y soleado en el mar de Chimbote. El abuelo recordó que no había diseñado circuito alguno para su recorrido en el mar (el precio del debut), olvidó dosificar sus energías conforme avanzaba e intentó nadar la segunda parte de los kilómetros del tramo hasta la orilla más rápido que la primera mitad. A pesar de las corrientes y el viento fuerte, se podía deducir cierta comodidad del nadador y una asombrosa flexibilidad de pies, hombros y cintura; bastaba sólo orientarlo a gritos para que se concentrara en nadar recto hacia la playa.
"El nadar, cimarrón, era considerado entre los romanos como uno de los elementos de la educación. Se enseñaba a nadar a los niños de ambos sexos. Tal importancia tenía la natación en Roma, que, al hablar de un ignorante, era vulgar la frase: «no sabe leer ni nadar». Asistían muchísimas mujeres a las piscinas, y los soldados eran, en su mayoría, excelentes nadadores. En la historia de Roma se citan casos en que grandes generales, y hasta emperadores, al frente de sus tropas y revestidos todos de sus corazas, atravesaron los ríos a nado". La voz del abuelo nadador -en su estudio de Gálvez -parecía sentirse en las chalanas que lo acompañaban en el mar, mientras nos acercábamos cada vez más a la orilla donde un marco espectacular de gente recibía a los primeros nadadores en la línea de meta.
¿Habrá sentido el septuagenario nadador el grito (de aliento) destemplado de los amigos, de la familia toda y de los curiosos y extraños que terminaron identificándose con este mar contaminado pero querido que ahora lo ve llegar a brazada limpia a esa orilla que un día fue casta e inmaculada, refugio de nuestros padres (irresponsables) que la dejaron perderse?, ¿le habrá contado el abuelo al mar (por dentro) su vida, locura y milagros?, ¿habrán intimado sobre las musas que se quedaron a dormir en sus aguas?, ¿le habrá salpicado su espuma inundada de misterio, tiempo, distancia, inmundicia, de lamento y de protesta de los que ahora asistimos –impotentes- a su tragedia?...
Cuando el abuelo nadador llegó a la playa proveniente de la Isla Blanca, sus pequeños nietos se abalanzaron a abrazarlo. Se extraviaron en palabras, afectos y buenas vibras difíciles de auscultar por el ruidoso recibimiento. Lo apabulló una marea de aplausos, de olas y resacas, de pies descalzos y arenados que pugnaban alcanzarlo, se dejó llevar por las numerosas fotografías que jamás se tomó en su vida, por las preguntas de la prensa y se perdió en las calles recién barridas de esa parte de La Caleta. La tarde que Lincoln llegó a la playa nos enseñó que los ancianos somos nosotros, que la perseverancia y la pasión existen y que el próximo año haremos lo posible por emular su hazaña, por lanzarnos (de una vez por todas) al mar, al mar…
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