Transmutaciones. Obra gráfica es el título de la exposición integrada por 27 litografías y serigrafías —procedentes de colecciones privadas— del controvertido escritor, que se exhiben por primera vez en México.
El nombre de Henry Miller (1891-1980) remite a la obra Trópico de cáncer; también a la figura de un revolucionario de la sexualidad en la literatura, a un luchador contra el puritanismo de la sociedad estadunidense.
Pianista amateur, el escritor neoyorquino tuvo una faceta poco conocida, aun cuando la desarrolló con fruición en la última etapa de su vida: la de artista plástico, algunas de cuyas obras forman parte de la exposición Transmutaciones, albergada por la sala Leopoldo Méndez de la Galería del Sur de la Unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana.
El escritor Andrés de Luna, coordinador de la muestra, cuenta que las 27 litografías y serigrafías, procedentes de colecciones privadas de Japón, iban a presentarse en una edición pasada del Festival Internacional Cervantino, pero la misma sorpresa que causa conocer a Miller como artista plástico propició que hasta ahora se difundan las obras, que se exhiben por vez primera en México.
“Miller no sólo fue uno de los escritores más importantes del siglo XX, sino también un grandísimo artista que hay que conocer y apreciar. Lo más interesante es que es como la parte complementaria: si en sus libros es muy crudo, su lenguaje, sus formas, la manera de ver al mundo, en la parte plástica hay una especie de reconquista de la inocencia perdida: es un trabajo bellísimo, casi ingenuo, pero con una muy buena idea técnica: no sólo es un muy buen concepto, sino que su realización es excelente”, explica.
El interés de Henry Miller por la pintura comenzó desde su infancia, gracias a un amigo que tenía un gran talento, pero el deseo se convirtió en realidad a partir de un dibujo de George Grosz, copiado por el escritor: “Por Dios, quizá sí puedo dibujar y pintar”, se dijo al ver lo bien que le había quedado la imagen.
En las imágenes se puede aparecer el escritor en su época juvenil, en sueños, en ciudades fantásticas o en muchos viajes imaginarios; al lado de sus amigos o en calles de Brooklyn, explica De Luna.
Biografía incompleta
Las piezas de la exposición son propiedad de los coleccionistas japoneses Tamako Shimizu y Kunio Akachi, en cuyo país se valoraron mucho los grabados realizados por Miller, de ahí que los grandes coleccionistas de este trabajo sean de aquella nación, lo cual se debió al nexo creado porque su última esposa era japonesa, y eso casi lo obligó a ver al grabado japonés.
“En la vejez se refugió mucho en las artes plásticas. Desde que tenía 50 años se concentró en la idea de plasmar todas sus emociones y no sólo a través de la escritura. Con motivo de sus 80 años de edad escribió un texto en el que uno encuentra la vitalidad de un hombre que no se rinde ante la edad, que forma parte de un mundo erotizado en el mejor sentido de la creación, no sólo en la alcoba, sino también en la creación, en el estudio.”
Su trabajo plástico resulta muy importante en su biografía, insiste Andrés de Luna, la cual no quedará completa mientras no se relate esa parte plástica.“No me parece que sea un trabajo incidental o que pudiera dejarse de lado, realmente es una especie de nudo la que forman las letras y la plástica en Miller.
“Poco a poco vamos a descubrir la obra plástica de Miller, porque no tuvo en su momento tanta difusión, por eso resulta extraña a los ojos de los conocedores.”
Una obra instintiva *
[…] No hay sátira en mis pinturas. Uso varios símbolos de forma constante, lo sé. Ciertos símbolos se repiten una y otra vez. Uno de ellos es la estrella de David y si me preguntan por qué, no sabría qué contestar. La luna también aparece con frecuencia, una media luna o una luna creciente. Creo que es porque se trata de un rasgo decorativo. Pero no tengo una razón específica que me impulse a usar un símbolo u otro. De hecho, nada de lo que hago tiene una razón. Es eso lo interesante y también es extraño; por eso es difícil hablar o escribir acerca de mis pinturas. Cuando me siento a pintar, rara vez tengo idea de lo que voy a hacer. A veces tengo una idea vaga. Sé que quizá me gustaría hacer un paisaje, pero dicho paisaje podría transformarse en algo bastante distinto a medida que avanzo. Cada vez me convenzo más de que la forma correcta de hacer las cosas para mí —no para todos, sino para alguien como yo que no nació siendo pintor, que no tenía talento y aún ahora tiene muchas carencias— es seguir mi instinto, dejar que el pincel en mi mano decida qué hacer.
* Texto de Henry Miller, tomado del catálogo de la exposición. La foto es de personalcollection.
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