domingo, 22 de junio de 2008

Última canción

Pero nunca me supe tus sueños Progre
ni siquiera a hurtadillas
la luminosa historia de tus días…


Augusto Rubio Acosta

La tarde que se prometió escribir la crónica pendiente desde hace meses, acababa de hacer el amor, de evaporarse un cigarrito, de darse el enésimo duchazo de realidad en la semana, y una tibia mazamorra morada lo acompañaba en la mesa mientras pensaba en la inminente fiesta de San Pedrito, en las absurdas y alturadas discusiones amicales de cada junio, las que de vez en cuando lo sorprendían ante un manojo de micrófonos, una mesa llana, sencilla, un foro, y un público variopinto y atiborrado de nostalgias, de recuerdos, de falso cariño por el Chimbote de tiempos idos -y mal empleados-, que intentaba descifrar el enigma irresoluto siempre, siempre: la bendita identidad.

Trasladarse hasta la zona no resultó difícil, teniendo en cuenta que acostumbra desplazarse solo, a pie, y con el i-pod encendido a volumen medio. Se internó en los basurales del rico Progre -al fondo hay sitio-, se acercó a los pasteleros del reservorio para preguntarles por Dios; sospecharon de la ingenuidad de sus palabras, del reportaje hirviendo, de su gastada libreta de apuntes, y de la crónica inenarrable –e inminente-, de los abismos de sus vidas…

¿Quién mierda eres para hablarnos de los últimos tronchos del verano?, ¿por qué preguntas por la soledad de los cañazos en la refri abandonada de los días?... Mira, causa, nosotros jamás confiamos en los periodistas -esos cojudos que lo cambian todo-. No jodas, oye, cabeza e` libro; ya bórrate, bórrate, causa, que la gente te va sonar…

Por qué rayos había quienes se preguntaban siempre qué los hacía orgullosos de sentirse chimbotanos. ¿Acaso eran ciegos?... Mientras le daba trámite a la mazamorra, recordó que el otro día -en el Encuentro Regional de Bibliotecarios- personas venidas de otras latitudes le preguntaron qué podían comprar como recuerdo para llevarse de vuelta a su tierra. ¿Y el plato típico de tu ciudad es el cebiche, el tiradito o la bendita causa?, ¿es que acaso ustedes los chimbotanos no tienen nada tradicional, algún dulce, un souvenir?; ¿qué aquí no tienen siquiera un miserable héroe como en todas partes o nada representativo que los identifique ante el resto de peruanos?...

Pero el monse y anodino programa oficial de la Semana Cívica de Chimbote -que tenía entre manos- no le daba pista ni sustento alguno. ¿Se había perdido la expresión popular?, ¿qué había sido de los pescadores?, ¿por qué ni siquiera aparecían en el dichoso programa oficial y todo se había tornado papel couché, anodinas actividades institucionales de gremios que no representaban a nadie, mucho menos la esencia, el sentir, el fervor religioso y la idiosincrasia de quienes siempre vivieron de cara al mar?, ¿quién era el verdadero dueño de la fiesta de San Pedrito?... La hora avanzaba, la tarde se mostraba propicia para la vagancia productiva, pero él no sabía a ciencia cierta hacia dónde se dirigía a pie aquél día de su soledad…


Se internó en los corralones de la noche para preguntarse si esa terca soledad aún lo habitaba o si ya era indubitable el tiempo, la certeza, la pisada, de su nueva vida. “Todo lo que uno tiene que hacer para escribir un poemario”, pensó, mientras borroneaba algunas de las banalidades que se le habían ocurrido a esa hora ante el aliento vital de la calle: ¿a quién le importa (periodista) / tus poemas de pollada? / ¿a quién carajo las patrañas / culturosas y cojudas de tu vida?... Recordó cuando era adolescente y le dejaba de temer a lo que le temía ayer, cuando se limpiaba los barritos reventados aferrándose a sus bastardos eufemismos... A través de la memoria visitó los bares de El Infierno, Van Damme y La Voladora, le volvió a rozar las nalgas a las chicas malas al final del jirón Los Andes. Se embriagó en los velorios con los remendadotes de calzado, se masturbó –again- en la sórdida noche de los retretes inmundos y un aliento a chocho molido y ají escabeche empezó a apoderarse de su sino mientras compartía el último cañazo con los alcohólicos en la esquina de Dertreano. Le dejó de temer hasta al silencio de los orgasmos en el hervor de los fumaderos. La poesía era todo y él lo sabía bien. Necesitaba escribir y la atmósfera necesaria para hacerlo era precisamente la que tenía ante sus ojos. El viento hacía ondear su cabello en Cinco Esquinas mientras se recostaba en el colchón de panca de los monfus y pensaba en el llanto de los niños harapientos que se revolcaban con sus canes alrededor: se había macerado en el amargo licor de una nueva historia.

¿Quién mierda eres para hablarnos de los últimos tronchos del verano?, ¿por qué preguntas por la soledad de los cañazos en la refri abandonada de tus días?... La voz de sus interlocutores asomaba en su memoria cada vez que intentaba un nuevo párrafo, una nueva línea. Pero el trago ya hacía estragos (a pesar de las cacofonías) y el estómago era un voraz e inextinguible incendio. Se incorporó –delirante- a pesar de su muerte joven, bendijo a los niños en la puerta del Templo Evangélico Fundamentalista “El aposento alto”, vomitó en la fachada de Transportes Richiván (Pallasca-Chora-Conchucos) y se introdujo en el diazepán y la inmundicia de los parques (sin flores), en la madrugada de los barrios y callejones perdidos del rico Progre y los monfus jamás supieron adónde iba. Los burros, la panca, las carretas, los borrachos de Cinco Esquinas lo vieron pasar entre decidido y tambaleante; a los cachineros camino al mercado intentó explicarles los más insondables misterios de su destino, tal vez quiso expresarle al amigo ebrio (que nunca estuvo) que él no era el último fumador de sus tristezas, que al otro lado de La Cachina vivía su infancia y que una fotografía borrosa hecha crónica lo estaba esperando.

La tarde que se prometió escribir la crónica pendiente, acabó de imprimiendo lo poco que había redactado –para salir del paso-, intentó copiar-pegar algunos de sus versos más disímiles en un espacio quién sabe poco apropiado, y se dejó llevar por la falsa nostalgia, por el cariño –malo- de los portuarios que cada junio-sanpedrito-pescadordehombres-pescadordelmar volvían a discutir-pelear en el añoso debate de siempre: la bendita identidad… Estaba en eso cuando sonó el teléfono y una voz le recordó que tenía clase, que los muchachos del Taller de Crónica de la USP lo estarían esperando y que debía de alistarse ya mismo porque se haría tarde...


Hablé con el mar (a la mitad de mi cielo inútil) / de mi cabeza golpeando la pared / en la nocturnidad de mis infancias / de la hondura musical de mis pretextos / y la limpieza en mis palabras: / Mi nombre es Gucho / vivo en El Progre / leo el periódico en la esquina de Gálvez / con la avenida Buenos Aires / y me vacila Pearl Jam U2 / Stone temple pilots / y las enormes bridgestone / de los traileres. / A veces como hoy / enciendo un Lucky strike en los sardineles / en el monumento al maestro (en huelga) / y en la noica vastedad de las madrugadas. / Es veintidós de junio (del cero ocho) / a la gente le llega al pincho la poesía (también la crónica) / déjame cantar mi canción.

1 comentario:

  1. pucha hermano, la crónica está buenaza, buena ah, ya espero tu proximo libro de crónicas. La cultural de "La primera" también va por buen camino, felicitaciones.
    g.casusol.b

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