Cuando Raymond Carver estudiaba una asignatura de escritura creativa en la Universidad de Chico (California), su profesor literario era el escritor John Gardner. Cuenta Carver que su mentor no sólo le prestaba su despacho para que él escribiera, allí en soledad, sino que, durante sus clases, también le espetaba a él y al resto de los alumnos una serie de consejos, lanzados como puñetazos, para lograr que todos ellos se convirtieran en buenos escritores.
“Estoy aquí, tanto para enseñaros a escribir, como para deciros qué leer (…) Lee todo el Faulkner que encuentres y luego lee todo lo de Hemingway para limpiar de Faulkner tu manera de escribir”, explicaba Carver. Y lo explicaba en uno de los pocos prólogos que firmó en su carrera literaria, dentro del libro titulado “Para ser novelista”, cuya autoría correspondió, efectivamente, a su maestro creativo o mentor: el propio John Gardner. “Para ser novelista” (Ediciones y talleres de escritura creativa Fuentetaja, 2001) se editaba al final de una década -los años 90- en la que el apogeo de los talleres literarios propició también un pequeño boom en España de los manuales para escritores. Aquellos libros-herramientas de “cómo escribir una novela”, por ejemplo, y todas sus subdivisiones (cómo escribir una novela histórica, sentimental, autobiográfica, etcétera) se hacían un hueco preferente entre los anaqueles de las librerías. Muchos de los consejos de estos libros-escuela se repiten con más o menos intensidad o personalidad, según su autor; y no sólo el de la orden marcial de “si quieres escribir, debes leer mucho”. El tema, la historia, el personaje o el narrador son algunas de las vertebras de la espina dorsal de dichos manuales.
“Estoy aquí, tanto para enseñaros a escribir, como para deciros qué leer (…) Lee todo el Faulkner que encuentres y luego lee todo lo de Hemingway para limpiar de Faulkner tu manera de escribir”, explicaba Carver. Y lo explicaba en uno de los pocos prólogos que firmó en su carrera literaria, dentro del libro titulado “Para ser novelista”, cuya autoría correspondió, efectivamente, a su maestro creativo o mentor: el propio John Gardner. “Para ser novelista” (Ediciones y talleres de escritura creativa Fuentetaja, 2001) se editaba al final de una década -los años 90- en la que el apogeo de los talleres literarios propició también un pequeño boom en España de los manuales para escritores. Aquellos libros-herramientas de “cómo escribir una novela”, por ejemplo, y todas sus subdivisiones (cómo escribir una novela histórica, sentimental, autobiográfica, etcétera) se hacían un hueco preferente entre los anaqueles de las librerías. Muchos de los consejos de estos libros-escuela se repiten con más o menos intensidad o personalidad, según su autor; y no sólo el de la orden marcial de “si quieres escribir, debes leer mucho”. El tema, la historia, el personaje o el narrador son algunas de las vertebras de la espina dorsal de dichos manuales.
Si retomamos otro libro de John Gardner, como es “El arte de escribir”, ascendemos hacia la luz desde el primer peldaño de la escalera de caracol de las tinieblas en las que está el escritor que comienza. “El tema, en su aspecto más profundo, es aquello de lo que trata la historia; es el principio filosófico y emotivo en torno al cual el escritor selecciona y organiza el material”, escribía Gardner. No hay novela que deba comenzarse sin saber qué queremos contar. Suena a obviedad, pero es así, parece decirnos Gardner. Y narrar una historia, un personaje y sus aventuras es escribir sobre lo que realmente conocemos. Quizás, por ello, sea Mario Vargas Llosa, en su libro de ensayo epistolar “Cartas a un joven novelista” (Planeta), quien mejor metaforiza cómo elegir el tema de una novela: escribiremos sobre lo conocido. Así, Vargas Llosa nos enseña que el escritor, en su proceso creador, realiza siempre “un striptease invertido”. “Escribir novelas sería el equivalente a lo que hace la profesional cuando se despoja de sus ropas y muestra su cuerpo desnudo, pero al contrario”, enuncia el escritor peruano. Mientras la bailarina se desnuda, el novelista ejecutaría la operación en sentido contrario: la desnudez inicial de lo escrito se irá vistiendo de prendas de imaginación, según avance su obra; el producto terminado será la capacidad de inventar personas y mundos imaginarios, indica Vargas Llosa...
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