Celebraremos aquí, al modo antiguo, la celebración que los maestros vivos hacen de los maestros muertos. Al hacerlo, infringiremos dos veces la regla de nuestras sociedades rápidas, que hacen un culto de una desenvoltura supuestamente entendida. Porque ahora olvidamos a los muertos lo más velozmente posible, apurados como estamos por sobrevivir blandamente, y nos mofamos de los maestros [...].
Georges Canguilhem fue -y por lo tanto sigue siendo, pues una inscripción como ésa es irrevocable- el maestro fuerte y discreto de mi generación filosófica. ¿Por qué este especialista en historia de las ciencias de la vida ejerció ese magisterio universitario incluso habiendo llegado a lo más alto de su pensamiento infinitamente preciso?... La nota completa está en La Nación.
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