En el capítulo segundo de Habla, memoria dice Vladímir Nabokov: "La música, siento decirlo, me afecta sólo como una sucesión arbitraria de sonidos más o menos irritantes. En determinadas circunstancias emocionales, llego a soportar los espasmos de un buen violín, pero los conciertos de piano, así como todos los instrumentos de viento, me aburren en dosis pequeñas y me desuellan vivo en las mayores".
Hay pocas percepciones tan pobres -paupérrima es ésta- de la música en un escritor como la que sale de la pluma de uno de los más grandes del siglo XX. Nabokov no teoriza, pues su arrogancia -ese "siento decirlo"- le impide ir más allá en lo que, siendo una carencia, transforma en la actitud incontestable de quien desprecia lo que ignora. Simplemente expone su práctica de la escucha con la misma naturalidad con la que afirmaría lo contrario de su interés por las mariposas o por el ajedrez. La nota completa llega gracias a Babelia.
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