Alguna vez Onetti se quejó ante María Esther Gilio porque sentía que su pobre Santa María no podía competir con el Macondo de Gabriel García Márquez, un pueblo de ficción donde la maravilla y los milagros son el pan cotidiano. Si bien la segunda estancia de Juan Carlos Onetti en Buenos Aires, entre 1940 y 1955, coincidió con la época formativa y, quizás, más productiva de Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar, nada parecería más alejado, en principio, de la literatura siempre imaginativa, a veces fantástica, que éstos practicaban, que el realismo desgastado de las novelas y cuentos del gran escritor uruguayo, con sus tramas de rutina, derrota y decadencia.
Es verdad que en los cuatro "fantásticos" argentinos la minuciosa presentación de la banalidad cotidiana suele ser el preámbulo a la irrupción de lo sobrenatural o lo fantástico: pero si esperamos que esto suceda en un relato de Onetti, podemos esperar sentados. Onetti es el poeta rioplatense de la frustración, digno heredero de Roberto Arlt, a quien tanto admiraba, y de las letras del tango... Imperdible nota en El País.
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