miércoles, 23 de septiembre de 2009

Edwards: Descubrimiento personal de Vallejo

En los tiempos de la Escuela de Derecho y de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, en los del antiguo Pedagógico de la Alameda abajo, en los de interminables conversaciones en el Parque Forestal, conocí a poetas para quienes Vallejo ocupaba un sitio especial, único, legendario: Enrique Lihn, Jorge Teillier, Alberto Rubio. Rubio, que acababa de darse a conocer con La greda vasija, tenía una forma de forzar el lenguaje, de sustantivar, de adjetivar (como ya se notaba en su título), que era de clara línea vallejiana. Por admiración, por deseo de identificación, por lo que fuera, había llegado a adquirir un parecido físico notable con el poeta de los Andes peruanos. Vallejo hablaba de los burros serranos, de las piedras, de “la pura yema infantil innumerable” de los bizcochos que fabricaba su madre en la infancia perdida, y parecía que Alberto Rubio, en versión chilena, en un tono quizá menos áspero, menos dramático, hacía variaciones sobre lo mismo. Ver ahora que un nieto suyo, Rafael Rubio, también poeta, participaba en la selección y explicaba en público su visión de la obra de Vallejo, me pareció una vuelta de la rueda del tiempo. Hasta conservaba, pensé, el parecido de su abuelo con el poeta de Santiago de Chuco.
Pocos años después, en el París de la primavera de 1962, conocí al joven Mario Vargas Llosa antes de que fuera conocido en la literatura, puesto que aún no había publicado su primera novela. Hablamos largamente, en interminables caminatas los días domingo, de la poesía de Vallejo, del Neruda de Residencia en la tierra, de Octavio Paz, de un nuevo poeta del Perú que se llamaba Carlos Germán Belli... Imprescindible lectura vía Letras Libres.

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