A la una de la tarde del miércoles uno le besa la mejilla a Enrique Symns. El escritor entra en un bar con paso decidido y el reportero, cuya sensación es que ambos van camino a una borrachera, lo sigue con convicción profesional. A Symns le abren la puerta, dice hola, y, rápido, se dirige a su oficina que, en verdad, es la zona de fumadores del bar. Hace un chasquido de dedos, viene una mesera y entonces el autor de novelas y libros de crónicas, el activista más renombrado de la marginalidad, este estoico mito de 63 años, se afina la garganta, le alaba la simpatía a la dama, y luego hace algo insospechado: pide, por favor, una taza de café y un vaso de agua. La mitología, de pronto, parece desfigurada. El reportero había escuchado historias que protagonizó Enrique Symns, todas ellas situadas en los costados de la legalidad, y en ninguna de esas historias Symns se tomaba un vaso de agua o, todavía menos, alababa las cualidades de una torta.
Muy buena la torta… –dice ahora Symns, degustando una gentileza del bar. Sucede que estamos de día. Los rumores recopilados dicen que hay dos Symns dentro del mismo señor. Se dice que un Symns más bien compuesto y lúcido vive de día y otro Symns, más descompuesto, viviría de noche. El Symns de día puede saborear un pastel y acompañarlo con un vaso de agua. Este Symns de miércoles, por ejemplo, se levantó a las nueve de la mañana y ríe de vez en cuando ante chistes menores. Está vestido con normalidad, correctamente despeinado, es sincero y se ha puesto un cigarrillo en los labios dado que es la herramienta que ambos Symns –Symns día, Symns noche– utilizan para reflexionar... Una nota publicada en Crítica de la Argentina.
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