Colaboré con él en la lectura y la corrección de pruebas, en su casa o en un pequeño café vecino, y creo que en esos días me enteré de que, según una encuesta de la Unesco sobre las profesiones más fatigosas, que incluía las de leñador, conductor de locomotora, labrador, minero, carpintero, fundidor, herrador, qué sé yo cuántos más, aparecía en los primeros lugares la de corrector tipográfico, profesión heroica y sin gloria, que no en balde a las primeras pruebas de imprenta se les llamaba galeras. Arreola mismo hacía ese trabajo en las galeras de los textos publicables, pues veía en la corrección de pruebas una variedad de las artesanías tradicionales, una humilde pero imprescindible y querible profesión compañera de la de las letras, y sin duda lo mismo sentía por todo lo que abarcaba la confección de los libros. Por ejemplo, la encuadernación...
La encuadernación era, cuando menos en aquel entonces, una de las pasiones menores que giraban en torno a su gran pasión de la literatura. Un libro amado era para él un ser vivo que pertenecía simultáneamente a la vida privada y la vida pública de su poseedor, como una lujosa amante secreta que debía ser acariciable en la privacía de uno solo y a la vez debía estar muy bien vestida ante las miradas de los demás. Sigue leyendo vía Correo fantasma.
La encuadernación era, cuando menos en aquel entonces, una de las pasiones menores que giraban en torno a su gran pasión de la literatura. Un libro amado era para él un ser vivo que pertenecía simultáneamente a la vida privada y la vida pública de su poseedor, como una lujosa amante secreta que debía ser acariciable en la privacía de uno solo y a la vez debía estar muy bien vestida ante las miradas de los demás. Sigue leyendo vía Correo fantasma.
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