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Arribó por fin a su casa en Francfort. Descendió del carruaje sin agradecer al cochero. Ingresó a la vivienda. Un recado del ama de llaves Henrietta le comunicaba acerca de que había terminado sin contratiempos sus labores domésticas, y que al día siguiente estaría de vuelta puntual. Arthur Schopenhauer dobló el papel y lo arrojó a un cesto. Así prefería él conducirse con la servidumbre, y con todos los hombres si acaso fuera posible: relacionándose lo menos, hablando poco, viviendo apartado cultivando su sabiduría y su reflexión constante. Lectura completa vía Literaturavirtual
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