El boxeo ha tenido tres grandes escritores en la segunda mitad del XX, pero sólo uno de ellos puede ponerse un par de guantes sin que la imagen, por la razón que sea, nos parezca incoherente. George Plimpton era un aristócrata fascinado por el boxeo como fascina a un antropólogo una nueva tribu, y la silueta delgada y diminuta de Joyce Carol Oates no invita a pensar en grandes batallas sobre el ring. Pero Norman Mailer, el único heredero de Hemingway, el hombre de acción que fue veterano de guerra y candidato a la alcaldía de Nueva York, que tuvo seis esposas y atacó a una de ellas con un cuchillo, que le mordió una oreja a un actor al mejor estilo Tyson, el hombre de la personalidad desmesurada y autor de desmesurados libros, él sí: él sí tenía la rara combinación de presencia física y aura psicológica que asociamos con los grandes boxeadores. En una palabra: tenía el ego. Su ego monumental explica esa fascinación que sintió siempre por Muhammad Ali, y explica, por supuesto, el éxito con que llevó a cabo la empresa, mucho más difícil de lo que parecería a simple vista, de escribir sobre él. Mailer le dedicó esa maravilla que es El combate -la crónica sobre la pelea Ali-Foreman en Zaire, en 1975- y una de sus mejores piezas periodísticas: En la cima del mundo. En la cual, como no podría ser de otro modo, Mailer comienza hablando de egos. Así empieza la excelente crítica de Juan Gabriel Vásquez sobre la novela del genial novelista (en la ilustración del post en portada de LIFE) publicada hoy por Babelia en su segmento Crítica de libros y que consideramos imperdible. Para leerla completa, basta clickear aquí.
Me había olvidado de esa gran crónica de Mailer que es El Combate,gracias por el recuerdo.
ResponderBorrarliteraverba-lector miserable