En este Caparrós de dolorosa madurez, donde la conciencia del viaje final supone la urgencia introspectiva y solitaria, el encanto de tomar un avión y aparecer en la otra punta del planeta ya no es lo que era. Para entender el mundo, el autor necesita someterse a juicios que apuntan a preguntarse por qué hace lo que hace, averigüar si de veras le gusta y saber qué espera de ello. La palabra de los otros resuena fría e inalcanzable, el paisaje contemporáneo le resulta ancho y ajeno y, en definitiva, la realidad ya no es capaz de sorprenderlo. "Lo que sí me sorprende -dice- es mi vida: jueves de marzo, noche de lluvia, cielo fucsia, un suburbio alejado, un vestuario de clubcito pobre, argelino senegalés maliano. Y yo, que los escucho. Yo, que simulo que lo que dicen me interesa, aunque ya sé que no me sirve para nada".
Más sobre este libro publicado bajo el título de Una luna, aquí.
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